Opinión | Relatos sobre Vitela

Tiempo de ferias

La forma de vida y las relaciones sociales propias del otoño

Aunque actualmente, y por el apresurado devenir de la vida moderna, no prestemos demasiada atención a los sucesivos cambios estacionales que modelan nuestras vidas y condicionan nuestras conductas, estamos inconscientemente sometidos a un ritmo temporal, que a modo de rito de paso, nos marca y afecta a nuestras formas de relación, de producción económica y hasta nos remueve fervores y sentimientos estrechamente vinculados a nuestra propia existencia.

La llegada del otoño en nuestra comarca centro-oriental reviste, ciertamente, una nueva forma de vida y de relaciones sociales basadas en actividades ejercidas de forma ancestral por nuestros antepasados. Explicar la concurrencia en esta época de tantas ferias, concursos, certámenes, mercados o mercadillos no tiene otro significado que aprovechar la recogida de tantos frutos como se obtienen en la estación otoñal, etapa de reafirmación económica de la tradicional familia campesina, que aprovechaba la venta del excedente de su cosecha para afrontar los duros tiempos invernales.

De más envergadura que la recogida y comercialización de pequeños frutos (avellanas, castañas, arándanos, nueces, miel…), protagonistas de conocidos y ya tradicionales festivales en localidades como Infiesto, Arriondas, Cangas de Onís, etc. , son las ferias ganaderas de la comarca las de mayor repercusión en la economía local, comarcal y regional y, también las de mayor tradición histórica.

Vinculadas estrechamente al santoral, por el sentimiento religioso que presidía la organización social de los siglos, a veces en etapas medievales, en los que tuvieron su origen, aún mantienen esa característica coincidente generalmente con fiestas locales. Las ferias, entre otras de San Cipriano, en Panes; las del Pilar en Posada de Llanes, Cangas de Onís o Piloña son un buen ejemplo de esta dedicación a un santo determinado.

Por lo general son advocaciones del calendario religioso de otoño, aunque también las encontramos en devociones de primavera, como la feria de Santa Rita de Parres, o la de San Isidro en Panes. Evidentemente, las dos estaciones son el eje fundamental de un movimiento histórico trashumante, que se desarrollaba en la comarca y que desplazaba a los ganados hacia los pastos altos de montaña en búsqueda de la buena hierba y del fresco del verano. Familias enteras trasladaban temporalmente su residencia a las altas majadas en donde residían durante el período estival, y aprovechaban este desplazamiento para deshacerse de algunas de sus reses en las ferias de primavera. 

El espacio de Picos de Europa y la sierra del Sueve son dos de esas áreas de trashumancia tradición centenaria. Los pueblos coterráneos de Piloña en la citada sierra aún mantienen muy presente, tal es el caso de Cereceda, aquella dedicación veraniega y a aquel traslado a las majadas más altas del espacio montañoso, a donde llegaban con sus ganados, sus carros cargados del suministro necesario para la supervivencia, con algún cerdo, unas gallinas y los accesorios necesarios para cultivar un pequeño espacio que pudiera contribuir con sus frutos a la dieta alimentaria del momento.

La llegada del otoño obligaba a las familias ganaderas a abandonar los altos espacios y a comercializar o vender algunas de las reses del rebaño para no entrar al invierno sobrecargados de animales. En ese contexto tienen su origen las ferias de otoño. La de Piloña se remonta al siglo XVI, organizada por un gremio de ganaderos que celebraban el día de San Cipriano (16 de septiembre), en el entorno de la capilla que habían levantado en honor al santo, en el barrio de Mestas, una gran feria de ganados que a mediados del siglo XIX sustituirá su primitiva advocación por la de Santa Teresa, festividad que aún mantienen la titularidad de las tradicionales ferias y fiestas de Santa Teresa.

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