Opinión
Covadonga como punto de referencia de la emigración asturiana
Los llamados "indianos" no se olvidaron nunca de sus raíces
Desde inmemoriales tiempos el Santuario de Covadonga ha sido el punto de referencia y enclave religioso por excelencia para los asturianos de dentro y fuera del Principado. Símbolo durante siglos de los valores hispánicos, de manera especial para los asturianos de la diáspora por el mundo y –fundamentalmente– en las tierras americanas que acogieron a tantos nacidos en nuestra región.
Hacia el Real Sitio se canalizaron desde aquellas tierras aportaciones de dinero reunidas en colectas populares para sufragar muchas de las obras que el Santuario fue precisando a lo largo de los años. Las iglesias y retablos erigidos en honor de Santa María de Covadonga a lo largo de Latinoamérica son numerosísimos, al igual que las cofradías surgidas bajo su advocación. Dos ejemplos: la iglesia de Covadonga en las lomas de Chapultepec, en México D. F. o el magnífico retablo barroco dedicado a la Patrona de Asturias en la iglesia de los Dominicos en Puebla de los Ángeles, también en México, datado nada menos que en 1754.
Los llamados "indianos" no se olvidaron nunca de sus raíces, y desde el incendio del 17 de octubre de 1777 que dejó la capilla de la Cueva reducida a cenizas con todo lo que en ella había, se volcaron en las ayudas a Covadonga. Es curioso que 21 meses después de este suceso –según se recoge en el Libro de Acuerdos Capitulares 1766-1790, folio 143–, se acordó encomendar al platero que registrase el río desde la Cueva hasta el mesón por si hubiese rastros de la plata y oro perdidos, dado que habían desaparecido en el incendio valiosos regalos donados por los reyes Carlos II, Felipe II y Felipe IV, entre otros.
Cuando Carlos III dictó una Real Provisión para pedir limosnas y levantar un nuevo templo bajo las órdenes de ventura Rodríguez –su arquitecto de cámara–-, desde las que se denominaban "Provincias de Indias" comenzaron a fluir durante los años siguientes cuantiosas ayudas, tanto de forma individual como colectiva. Un ejemplo es que de los 20.000 boletos vendidos para una rifa benéfica a beneficio de las obras de la actual basílica –en 1886– más de 4.000 fueron adquiridos por emigrantes en América. Dos de las vidrieras de la basílica fueron costeadas desde Cuba, así como retablos, objetos para el culto, lámparas, etcétera.
Otras obras proyectadas nunca llegaron a concretarse, como fueron la electrificación del tranvía de Arriondas a Covadonga o el funicular por la cuesta del monte Priena, puesto que hay constancia en las actas capitulares del santuario de haberse recibido una carta –con fecha del 21 de abril de 1952– según la cual una acaudalada señora residente en Cuba estaba dispuesta a costear dicho tren cremallera hasta la cruz del citado monte, a 725 metros de altura, además se comprometía a construir un monasterio para religiosas en la cumbre. La propuesta quedó en el aire a pesar de la insistencia de la arriesgada señora, la cual ya se había puesto previamente en contacto por carta con Carmen Polo de Franco, ovetense de nacimiento.
Imaginemos hoy –73 años después de esta curiosa iniciativa– dicho funicular y el no menos original convento en la cima del monte Priena.
De la revista Covadonga –a partir del año 1922– se pueden obtener numerosísimos datos de donaciones al Santuario, recogidos también en los minuciosos libros capitulares que se conservan.
Del afecto por Covadonga de la emigración quedan numerosas y constantes señas de todo tipo. Peregrinaciones desde tierras americanas, familias que deciden trasladarse al santuario para asistir a la boda de alguno de sus miembros o para algún otro acto religioso.
De las canteras de Covadonga han salido piedras para colocar como primigenia cimentación en numerosos edificios emblemáticos al otro lado del Atlántico, como en el caso de los impresionantes Centros Asturianos en Argentina y Cuba, entre otros.
Numerosas imágenes –copia de la de Santa María de Covadonga– han salido del lugar para repartirse por el mundo. Destaquemos una del notable escultor Gerardo Zaragoza (Cangas de Onís 1902-Madrid 1985) que se encuentra –desde 1946– en la iglesia de la Concepción de Tucumán, en la República Argentina.
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