Un esplendor que llegó en tres momentos o fases. El primero, con la constitución en 1922 de la sociedad Fábrica de Loza de San Claudio SA y la aparición (1914) de Mariano Celma Falcó, procedente de la fábrica de Valdemorillo (Madrid), que se hizo cargo de las decoraciones hasta 1936. «La combinación de estos dos factores, la acertada gestión empresarial y la sabiduría de una plantilla creciente, explica el buen nivel alcanzado en este período», señala Marcos Buelga. El buen hacer fue cortado, como tantas otras cosas en Asturias y España, por la guerra civil. Aún así, las bases estaban grabadas en los platos, en el suelo de la fábrica.

La posguerra puede ser el segundo momento (1939-1951) con una cabeza bien visible, la de José Fuente Fernández, director gerente de 1931 a 1975. Pese a la escasez de todo, en unos años muy duros, Fuente supo adaptar y modernizar. Trabajar con lo poco para crecer. Administró la miseria de la época y casi se puede decir que sacó oro, como las decoraciones de muchas piezas. En esta época se pusieron a punto las materias primas nacionales, el suministro regular de carbón para los hornos de cocción o el desarrollo de una red de ventas por todo el territorio nacional. «El producto que se ofrecía era de tipo medio, asequible a grandes capas de población, en una época en la que no abundaba el dinero», señala Buelga.

Son también los años en los que germina la preocupación por una producción de mayor calidad, y la intención de contar con una dirección creativa.

El tercer hito del esplendor va de 1951 a 1972. La fábrica de San Claudio comienza a competir con otras anteriores y que hasta ese momento tenían más renombre como La Cartuja de Sevilla y la Ibero Tanagra de Santander. Se pelea por el primer lugar del elenco nacional de la cerámica. Fueron años de modernización de instalaciones y hornos y de la aparición «de un pequeño grupo de profesionales que asumieron la responsabilidad técnica y productiva de la fábrica hasta su jubilación, en las décadas de 1980 y 1990», resume Marcos Buelga. El experto da algunos nombres: José Luis Sánchez López, Julián Rego Martín, Isidro Estero Martínez, Luis Fumanal Otazo y Gilberto Pitcairn Saunders.

Este período dorado (1939-1972) ha sido la base donde se ha apoyado la fábrica hasta nuestros días gracias a trabajadores como los antes citados y al esfuerzo de la familia Fuente, con la que Loza de San Claudio llegó a tener 600 trabajadores en la década de 1960.

A partir de 1972 comenzaron los problemas hasta la fecha en la que Álvaro Ruiz de Alda es el dueño. La competencia asiática, el gasto salarial y el pequeño crecimiento de las ventas han abocado casi al cierre a la fábrica. Los trabajadores comienzan ahora a movilizarse pero ni ellos mismos confían en salvar el obstáculo.

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