Rafael FRANCÉS

La Fábrica de Loza de San Claudio vive tiempos muy negros, de futuro «negrísimo», como definieron los propios trabajadores. Pero, aunque el presente y el futuro se acerquen hacia la nada tras el plan de viabilidad presentado por la empresa propiedad de Álvaro Ruiz de Alda, en el que se plantea el cese de la producción en Oviedo y el despido de 131 de los 147 trabajadores, la fábrica ha vivido momentos de esplendor, de gloria, de renombre. Sobre todo, bajo la sabia mano de la familia Fuente, con José Fuente Fernández (1907-1990) al mando de la nave como director desde 1931 a 1975.

Bajo su mano, Loza de San Claudio acuñó el nombre que ahora atesora. Él construyó la marca que hoy en día es lo único que Ruiz de Alda quiere mantener. La fábrica se fundó en 1903, pero fue desde la década de los treinta cuando explosionó la calidad y la innovación, el nombre y la marca. Todo ello pese a una guerra civil y una costosa y pobre posguerra. Precisamente en estos dos períodos puso José Fuente Fernández la base de lo que luego sería una gran fábrica que en los años sesenta llegó a tener unos 600 trabajadores.

Restricciones

De hecho, Fuente Fernández dirigió completamente y con un gran entusiasmo el despertar de la fábrica desde 1942 llevando uno por uno todos los asuntos de la fabricación.

Con severas medidas restrictivas de energía eléctrica, un cupo de carbón de 200 toneladas mensuales para encender y mantener los hornos y unas escasez de materias primas casi alarmante, el director gerente puso en marcha una actividad frenética que llevó a la fábrica a tener unos buenos beneficios en 1943 gracias a sus continuos viajes por toda España para conseguir materias primas para la fábrica (caolines en Galicia, cobalto en Valencia o bórax en Cataluña) y a haber tenido dos grandes ideas que impulsaron la fábrica: la creación de un Museo de Cerámica para recoger los productos elaborados en San Claudio y en otras fábricas nacionales y extranjeras y la creación de una dirección artística para completar la dirección técnica de la fábrica. Ante la falta de casi todo en los tiempos de posguerra, Fuente Fernández puso a funcionar su cerebro y planteó ideas innovadoras, lo que ahora se llama I+D+i.

De hecho, el director, fiel a sus principios y sus ideas, buscó artistas para dar calidad a las creaciones de San Claudio. Intentó atraer a figuras como Nicanor Piñole, Pedro Sánchez o José Prendes-Pando y consiguió que trabajara en la fábrica Adolfo Álvarez Folgueras. El acierto llegó en 1949 con la contratación de un joven de 22 años, Fernando Somoza Soriano.

El paso de la posguerra mostró una estructura industrial en la fábrica en la que se servía a un mercado de corto poder adquisitivo, pero con el paso de los años esta forma de hacer negocio se quedó obsoleta. En ese momento vuelve a ponerse de manifiesto la fuerza empresarial de José Fuente Fernández. Había que duplicar la producción y reducir el consumo de combustible. Más beneficios y menos gastos. Optimización.

Empujó al consejo de administración de la empresa a derribar los antiguos hornos de botella e introducir el horno-túnel. El director viajó a Inglaterra para buscar la maquinaria, aunque al final se tuvo que comprar en Alemania.

En primera línea

Este nuevo pulso de ideas e innovaciones llevó a San Claudio a un punto inaudito en su trayectoria. Por primera vez estaba en disposición y disputaba por ser la primera productora nacional en dura competencia con La Cartuja de Sevilla.

Una vez que funcionó la maquinaria nueva y que la fábrica crecía sin parar, el inquieto e inconformista José Fuente Fernández se planteó racionalizar el proceso productivo introduciendo mejoras en los sistemas de trabajo, importar materias primas extranjeras (1959 marca el fin del aislamiento económico con la entrada de España en la Federación Europea de Fabricantes de Loza y Porcelana).

De ahí en adelante todo quedó en manos del capital humano. Buenos ceramistas que estaban dirigidos con la maestría del director que hasta 1975 llevó con pulso firme una Fábrica de Loza de San Claudio y hoy, casi 30 años después, está al borde de la desaparición. El nombre de José Fuente Fernández supone para la fábrica de San Claudio el esplendor, la ilusión de un hombre que creyó en su proyecto y que sin descanso se empeñó en hacer de su sueño una realidad.