A lo largo del mes de agosto, debido a los diferentes cursos de verano que se desarrollan en la ciudad y a la actividad de la Joven Orquesta Internacional de Oviedo, se reúnen en la ciudad más de quinientos jóvenes músicos asturianos del resto de España y del extranjero. Se trata de un número más que relevante y es fiel exponente de la fuerza que la actividad tiene en Oviedo. La capital del Principado se ha convertido, gracias al trabajo de varias instituciones y al motor esencial del Ayuntamiento de la ciudad, en una de las primeras potencias españolas en el ámbito de la música clásica y de la lírica. Ha sido un camino largo, que ha germinado por el apoyo incondicional del público. De hecho, ayer, en el arranque del certamen en el Auditorio, casi mil personas convirtieron la actuación de la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) en una fiesta, que acabó en entusiasmo y con tres propinas, ante un público entregado y con un altísimo número de jóvenes en la sala.

En su regreso a Oviedo, la JONDE fue dirigida por el compositor y director de orquesta José Serebrier, batuta sólida con gran experiencia al frente de orquestas de primer rango. Le vino bien a la formación esa mezcla entre la experiencia y la energía juvenil de los integrantes de la misma, que, además de entusiasmo y ganas, exhibieron profesionalidad y solvencia técnica.

Arrancó la velada con una contundente versión de la obertura de «Los maestros cantores de Nuremberg», de Wagner, para continuar con una de las más bellas obras de Maurice Ravel, el «Concierto en sol mayor», que el pianista Javier Perianes interpretó con excelencia, aportando al divertimento raveliano la brillantez adecuada. Orquesta y solista dibujaron las mixturas que la obra encierra con suficiencia, y el hermoso «Adagio assai» fue expuesto por el solista con precisión y fantasía. El diálogo solista-orquesta fue, tal y como exige una obra de importante dificultad rítmica y armónica, tenso y resolutivo, consiguiendo Perianes una versión de relieve, sustancial. En la segunda parte, la música contemporánea española tomó el relevo a través de la excelente «Ángelus novus (Mahleriana)», del compositor español Tomás Marco, presente en la sala y que recogió al final de la ejecución de la obra intensas ovaciones. La partitura, de sólida factura y de constantes búsquedas, huye de soluciones convencionales y se asienta, dentro del preciso y definido lenguaje expresivo de Marco, como una partitura exigente y a la vez generosa tanto para los músicos como para el oyente, porque asume un discurso musical con anclajes en la tradición, que, a la vez, se proyecta con enorme originalidad.

La robusta y potente trascripción de Leopold Stokowski de la célebre obra «Cuadros de una exposición», de Mussorgsky, cerró la noche con un brillante despliegue de color orquestal concebido sobre parámetros muy diferentes a los de la más conocida orquestación de Ravel. Quizá, Stokowski quería limar el «brillo francés» para aportar otra mirada que Serebrier y la orquesta interpretaron con la complicidad de un público que reconoció su trabajo de con ímpetu.