Pablo GONZÁLEZ

-En más de seis décadas en el Registro habrá vivido de todo.

-Pues sí. Llegué cuando la oficina todavía estaba en la calle de la Rúa, encima de La Carpeta, donde ahora se está haciendo la ampliación del Museo de Bellas Artes. Pocos días después nos trasladaron al número 22 de la calle Independencia, luego a Viaducto Marquina y, finalmente, a San Lázaro.

-¿Cómo era el trabajo en aquellos años?

-Todo a mano. Utilizábamos la clásica plumilla que se mojaba en tinta, que comprábamos por litros. Luego, a comienzos de los años 60 llegó la estilográfica y, poco después del bolígrafo, las Olivetti... Ahora todo está digitalizado.

-¿Y el papeleo?

-Se ha ido complicando y multiplicando. Antes los edificios se vendían enteros, lo que se solventaba con una escritura. Ahora toca una por piso. Y encima Oviedo ha crecido muchísimo, con barrios como La Florida o La Corredoria, que son auténticas ciudades. También ha aumentado el personal del Registro. Cuando entré, éramos tres empleados y un registrador. Ahora hay seis registradores -cinco de la propiedad y uno mercantil- y sesenta empleados.

-¿No estuvo tentado a cambiar de trabajo?

-No. Es una profesión que siempre me gustó, que cada día me ilusionaba más. Es como una droga. Prueba de ello es que tras casi sesenta años me ha costado irme. Soy consciente de que estar tanto tiempo en un mismo trabajo es algo que en estos tiempos es complicado que se produzca.

-¿Por qué lo deja?

-Me notaba algo desfasado con tantos avances informáticos y de programas. En muchas ocasiones tenía que pedir ayuda a mis hijos. Todo se acaba. Y me jubilo al mismo tiempo que César García-Arango y Díaz-Saavedra, registrador con el que trabajé estos últimos años, además de con su padre.

-¿Recuerda cuánto costaba un piso en aquellos tiempos?

-En los años sesenta unas 90.000 pesetas (unos 540 euros). Ahora los más económicos andan por unos 190.000 euros.

-Y esto significa...

-Que hoy en día para comprar una vivienda se necesita la ayuda de los padres; por lo menos, para pagar la entrada. Y que en la pareja tienen que trabajar los dos porque un sueldo se va en pagar la hipoteca.

-Aunque las hipotecas no son un invento nuevo.

-No, el esfuerzo para pagar una hipoteca siempre existió. Pero antes había mucha inflación y al poco tiempo las hipotecas se podían pagar con más facilidad. No existía el euribor.

-¿Se nota la crisis en el Registro de la Propiedad?

-Comienza a notarse ahora, porque la mayor parte de las operaciones que nos llegaban consistía en viviendas que se habían vendido en construcción.

-¿No explotará la burbuja?

-Al final todo se arreglará. En la construcción siempre ha habido altos y bajos, pero todo se acaba vendiendo. No creo que se pueda dar algo así, porque la construcción mueve mucho. Es el motor de nuestra economía.

-¿Y Oviedo?

-Es una ciudad que ha ido creciendo poco a poco, últimamente muy rápidamente, y que lo seguirá haciendo. Mucha gente sigue comprando pisos para cuando sus hijos vayan a la Universidad o para su jubilación. Hay promociones en La Florida que se vendieron enteras a gentes de pueblos de Asturias. Aquí los constructores son serios y de gran solvencia.

-¿Qué obra destacaría?

-Las Salesas. Supuso un cambio muy positivo para el comercio, además de aportar un importante número de viviendas. Sin olvidar la figura del promotor Julián Rodríguez, que hizo casas en Ciudad Naranco a precios muy modestos. Se merecería que el Ayuntamiento le pusiera una calle.

-¿Cuál habría parado?

-El derribo del palacete de Concha Heres en la calle Uría.

-¿Las «trillizas»?

-Las construiría. Darían categoría a la entrada de Oviedo.

Agustín Cueva Álvarez

Nació en Limanes el 19 de noviembre de 1937. Un tipo de Oviedo de toda la vida -«como dice mi hermano, nacidos a la sombra de la Catedral»- que puede presumir de cómo su abuela y bisabuela, alfareras de Limanes, fueron inmortalizadas con una estatua en la plaza Daoíz y Velarde. Casado, padre de tres hijos y con seis nietos. Con 14 años entró a trabajar en el Registro de la Propiedad de Oviedo como botones en noviembre de 1951. En 1968 se convirtió en el sustituto oficial del registrador. Dos de sus hijos son empleados del Registro y una sobrina registradora en el número 3. El pasado 1 de mayo se jubiló tras más de 56 años en el Registro. Mañana, sus compañeros le homenajearán con un almuerzo en Casa Fermín, a partir de las 14.30 horas. Sus planes pasan por pasear y montar una pequeña huerta en su finca de San Esteban de las Cruces.

«La obra de las Salesas fue una promoción que supuso un cambio muy positivo para el comercio, además de muchas viviendas para la zona»

«Me jubilo porque ya me notaba algo desfasado con tanto cambio tecnológico e informático; para mí, el trabajo es una droga, pero todo se acaba»