Elena CASERO

«Es algo inesperado, porque tengo 88 años, y pensaba que habría alguien mayor que yo». Ramiro Solís recibió ayer por la tarde un homenaje tras haber sido designado, junto con Concepción Mallada, «Abuelo del año» 2008, homenaje que la localidad de Ribera de Arriba realiza a los ciudadanos de más edad. «Solemos buscarlos por el censo, y si el más antiguo, por la causa que sea, no puede venir, pasamos al siguiente», explicó el edil de la localidad, José Ramón García.

Cientos de personas se reunieron en el polideportivo del Colegio Público Pablo Iglesias, de Soto de Ribera, para rendir homenaje a dos de sus paisanos más longevos, ya que, aunque ninguno de los dos nació en el municipio, han creado allí sus propias familias y residido durante la mayor parte de su vida.

Tras las palabras del alcalde de Soto de Ribera, José Ramón García, en las que recordaba tanto la trayectoria personal como la profesional de los dos protagonistas de la jornada, éstos recibieron de manos de diferentes representantes de la Corporación municipal, como la concejala de Servicios Sociales, Ana Belén Díaz Fernández, y el propio alcalde, diferentes presentes y ramos de flores que conmemoraban tan especial momento, y a los que siguió la actuación musical de la Banda de Gaitas «Soto Rei», y una merienda que se prolongó hasta pasadas las nueve de la noche.

Mucha vida se guarda detrás de los casi 90 años de Ramiro Solís. Condecorado con las medallas de la Compañía y la Cruz Roja durante el servicio militar, en el que desempeñó labores de lo que antes se conocía como escribientes, lo que él recuerda sobre todo son los kilómetros que debía recorrer a diario para asistir a la escuela, caminatas que desembocaron en una de sus grandes pasiones, el montañismo. «Todos los días recorría doce, menos los jueves que hacía seis, y los domingos, que para ir a misa recorríamos cuatro y medio». Mallada, por su parte, asegura que toda su vida ha sido por y para su familia, y sus grandes recuerdos «siempre estarán unidos a ellos», afirma.

Nacida en Baiña, a los 6 años se trasladó junto con sus padres y sus cinco hermanos a vivir al Cantu la Roza, en Ribera. Tras unos años en la escuela, decidió que prefería limpiar a estudiar, «Aunque sé leer y escribir, como todo el mundo», asegura, y se puso a trabajar para ayudar a su madre, ya que su padre había emigrado a Argentina. A los 17 años comenzó a trabajar en la Fábrica de La Manjoya, desempeñando todo tipo de tareas. Allí conoció al que sería su marido y padre de sus cuatro hijas, y cuando se casaron, hace 61 años, se dedicó enteramente a su familia, dejando su trabajo en la fábrica.

Hijo de Ramiro y Asunción, fue el segundo de cinco hermanos. Estudió en la Escuela Pública de Ablaña y en las Escuelas Cristianas de Mieres, teniendo que recorrer todos los días más de doce kilómetros entre ir y volver a la escuela. Tras su paso por el servicio militar, en 1945 se trasladó a vivir junto con toda su familia a Ribera de Arriba, primero en la Biseca y luego en Soto de Ribera. Ese mismo año contrajo matrimonio con Victoria, natural de Entrefuentes, con la que tuvo cinco hijos. Trabajó durante toda su vida la madera, pero una enfermedad lo llevó a tasar vehículos a Autonalón.