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Robert Proctor tiene buenas razones para desconocer la historia de la fiesta de la Balesquida o cómo el bollu preñáu se hizo un hueco en el menú del festejo en lugar de los torreznos. «En Londres no tenemos cosas así. Las tradiciones en las ciudades se han ido perdiendo, aunque sí que se mantienen en algunos pueblos», explica este británico. Mientras mira hacia el grupo de gaitas «Ciudad de Oviedo» en plena acción o señala a las gentes vestidas con el traje tradicional astur se lamenta de lo que ocurre en su tierra: «Inconscientemente siempre estamos buscando elementos de otras culturas para sustituir a las que perdimos. Debéis estar orgullosos de lo que tenéis aquí».

Contagiado por el ambiente y la música de las gaitas acaba exclamando: «Lo tengo claro: voy a vestirme de asturiano en San Mateo». Y es que las fiestas mateínas fueron su primer contacto con Oviedo, donde reside desde hace un mes con su mujer, Carmen Viñuela, ovetense de cuna.

La conversación se interrumpe bruscamente. Y no por la descarga pirotécnica tipo Cangas del Narcea que poco antes había anunciado la conclusión del reparto del bollo. La interrumpe una abundante lluvia que diluye las celebraciones. El parque se vacía. Lo mismo, en los otros grandes lugares de la ciudad donde se vertebra el Martes de Campo: el parque de Purificación Tomás, la falda del monte Naranco y el Parque de Invierno.

Si en el Campo San Francisco lo que domina son los grupos de matrimonios maduros que copan las mesas de la paseo del Bombé o las parejas jóvenes que disfrutan con su hijos de las zonas de juegos infantiles, en el Naranco o en Purificación Tomás la demografía y el estilo de diversión cambian. En la medida en la que la edad de los romeros desciende, lo hace también su interés por el bollo de chorizo, las empanadas o la clásica tortilla de patata. Carritos de la compra cargados con litronas y bolsas de hielo que esconden munición más fuerte se cruzan con cajas de sidra y combinados de caseros de vino de pelea y cola. Los hijos del botellón saben cómo montárselo. No son los únicos. En Purificación Tomás la nutrida colonia latina aprovecha el día de descanso para jugar al fútbol o al voleibol y, claro está, también participar del Martes de Campo.

La tregua dada por la lluvia a primera hora del día se acaba pronto. Primero da un pequeño aviso, para luego reventar las celebraciones a eso de las cuatro de la tarde con una gran descarga. Los más valientes aguantan a la espera de que remita el chaparrón. El resto da por concluida la jornada y se ponen manos a la obra para buscar una actividad alternativa. El enfado por lo sucedido durará poco. No puede ser de otra forma en una fiesta marcada en el material genético de toda una ciudad.