Marta PÉREZ

A veces, las ciudades sorprenden. En pleno barrio de Vallobín Chema González, de 62 años, regenta una carpintería familiar de esas que sólo sobreviven en las zonas rurales. Se parece a la de Gepetto. «Llevo aquí treinta años, más que la bandera». El carpintero de Vallobín traza una línea paralela entre la transformación de su oficio y la del barrio: «Cambió todo. El trabajo, para peor: son más horas y menos dinero. Al barrio le va mejor, porque prosperó, lo mismo que los vecinos», cuenta. «Pero a mí lo que más me fastidió del cambio de Vallobín son las calles peatonales, no se puede ni descargar la mercancía. Todo el día ahí como perros para ponerte multas. No miran nada por el autónomo ni por los negocios», explica Chema González, quien emplea en su carpintería a su hijo y a una tercera persona. No cree que se produzca un relevo generacional en el negocio. «Cuando me jubile la carpintería se jubilará conmigo. Los jóvenes de ahora no quieren complicaciones, tienen otras cosas en la cabeza», sostiene.

Lola Vázquez entra en la carpintería de Chema para pedir un presupuesto. «Miras por no quemar a la gente con los precios, y así vas tirando. Tengo carga de trabajo hasta final de año», cuenta González. Lola Vázquez, vecina del barrio desde hace 36 años, asiente en la puerta de la carpintería. «El pequeño comercio es la esencia de los barrios, lo más auténtico que nos queda. Las administraciones deberían volcarse con ellos, darles ayuda para mantenerse», sostiene.

Los vecinos del barrio de toda la vida, como Chema González y Lola Vázquez, coinciden en señalar la evolución del barrio en positivo. «Tuvimos muchos problemas con el tráfico de drogas, que afortunadamente pasaron. Tenía el barín cerca de casa. No me dejaban dormir por las noches», explica Carmen Pérez, vecina de Vallobín desde hace 35 años. «El barrio ahora está fenomenal. Si arreglan ese agujero que lleva ahí más de tres años -dice mientras señala un socavón en el parque de Vázquez de Mella- para mí está todo bien», afirma. María Gómez, de 76 años, es toda una veterana del barrio, donde vive desde hace 42. «Cuando mejor está el barrio para vivir felizmente es cuando peor estoy porque me falta mi marido. No necesito nada más que a él y eso ya no puede ser. Pero el barrio ganó cien por cien», dice esta vecina del barrio de Vallobín.

Al contrario que María Gómez, María Dolores Fernández es novata en el barrio, adonde llegó desde Pravia hace cuatro años. Vive en Arquitecto Tioda. «Hay de todo, es un barrio muy bueno. Lo único, por decir algo, los gatos de la calle, que hay muchos y nadie mira para ellos», comenta.

«Cuando llegué a Vallobín no había luz ni calles asfaltadas», explica Francisco Álvarez, de 67 años. «Ahora tenemos prácticamente de todo, pero sigue habiendo cosas muy necesarias». En este sentido señala un instituto de Secundaria «que podrían hacer en La Florida, que hay sitio, para que los chavales no estén repartidos por el Naranco y media ciudad», comenta. También ve problema en algunos semáforos. «Tienen la manía de dejarlos en ámbar para los coches mientras está en verde para los peatones. Dicen que es para evitar atascos. Cualquier día va a pasar una desgracia», opina. Los perros sueltos, y problemas de malos olores por el saneamiento en alguna calle interior también forman la lista de demandas de este vecino. «Por lo demás, fabuloso», remata.

Por su parte, el presidente de la Asociación de Vecinos de Vallobín, Javier Fernández, cree que el barrio ha tocado techo en cuanto a servicios. «Tenemos de todo, no se puede pedir por pedir», dice el presidente del colectivo vecinal. Los problemas derivados del tráfico y que el campo de fútbol pase a ser de titularidad municipal para que el Ayuntamiento pueda asumir las mejoras que requiere son sus únicas reparos. El alcalde de barrio, José Manuel González, opina igual: «Es un barrio de primera».