P. GALLEGO / D. DÍAZ

El estreno anoche de «Don Giovanni» dio pistas sobre cómo superar los recortes en el presupuesto sin que el resultado artístico sufra las consecuencias de la crisis. Un intenso trabajo dramático, enmarcado en una sencilla escenografía y basado en una música de calidad, fue suficiente para que las historias de los personajes de la ópera de Mozart brillasen con luz propia, en una función de éxito que supo satisfacer a la inmensa mayoría del público.

El aviso por la megafonía del teatro de que el bajo Felipe Bou, que interpretó al Comendador, sufría un fuerte proceso gripal, desató las alarmas entre los asistentes a la primera función, que ya habían sufrido en «Tosca» la enfermedad vocal del protagonista masculino. Pero el murmullo de preocupación posterior al anuncio quedó ahogado por la obertura de la orquesta. Y la historia se comenzó a contar.

«Don Giovanni», tercer título de la temporada de la Ópera de Oviedo -que, entre otras instituciones, cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA-, termina con moraleja, «éste es el fin -el infierno- del que obra mal». Pero durante las casi tres horas de función, el mensaje fue otro. Cómo, sin necesidad de una gran escenografía, pero con un equilibrado reparto de voces y un fuerte trabajo teatral, es posible sacar adelante -y con nota- una partitura tan compleja como «Don Giovanni».

Con cuatro torres negras que cambiaban de posición como único decorado, y una iluminación estratégica, la música de una brillante Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) fue la base sobre las que el maestro ovetense Pablo González -que debutaba en el Campoamor- y el director de escena Alfred Kirchner construyeron la vida y muerte de Don Juan. Un trabajo en el que ambos aportaron elementos, musicales y teatrales, que contribuyeron, junto al vestuario, a caracterizar y enriquecer a los personajes.

Bo Skovhus (Don Giovanni) fue un galán canalla. Sin descanso durante toda la obra, conquista tras conquista, vestido de blanco sobre un fondo siempre negro. Pero a la larga, más eficaz en los aspectos teatrales que en los puramente vocales. De hecho, para él fue la ovación menos efusiva del público.

Ahí le ganó su inseparable criado, el Leporello de Simón Orfila. El bajo menorquín, que hasta ahora parecía condenado a personajes secundarios, se lució, tanto en lo vocal como en lo cómico. Los aficionados también reconocieron el trabajo de Antonio Lozano como Don Ottavio. La suya fue una interpretación contundente, cuidada y muy aplaudida, aunque con unos cambios en la intensidad vocal un tanto exagerados por momentos, y un cierto abuso del falsete.

El barítono Joan Martín-Royo (Masetto) y Ainhoa Garmendia (Zerlina) compartieron una de las escenas mejor acogidas por el público, por lo sorprendente de su ejecución y por su perfecta adaptación a la historia que cuentan el texto y la música. Colgado de un gancho, Masetto queda a merced de los manejos amorosos de su esposa, desengañada de su «affaire» con Don Juan.

Las otras dos mujeres de Don Juan fueron Doña Ana (la soprano Cinzia Forte) y Doña Elvira (la mezzosoprano Lioba Braun). Braun, de larga carrera en óperas de Wagner, pero que ayer cantó por primera vez un personaje de Mozart, aprovechó todos los recursos teatrales que Kirchner puso en sus manos para llevar al límite a un personaje tragicómico, colérico y desengañado. Quizá ella fue el mejor ejemplo de esa unión entre teatro y música capaz de lograr el efecto dramático deseado. Sin demasiados medios técnicos, en un espacio escénico casi desnudo, pero con un trabajo que exprime al cantante y hace que el público se crea al personaje.

En esta ópera, los profesores de la OSPA comparten foso con Rodrigo Jarabo (mandolina), el violonchelo de Alejandro Marías y el clave de Aarón Zapizo, líder de la formación asturiana de música barroca «Forma Antiqva» y encargado de acompañar los recitativos de los cantantes.

Al final, Don Giovanni recibe su merecido de manos del Comendador. Las puertas del averno se abrieron en el escenario del teatro, y entre humo, una rampa condujo al protagonista de la historia a los infiernos. Cada personaje encuentra así un modo de continuar con su existencia más allá del embrujo de Don Juan. Doña Elvira, en un convento. Leporello, con un nuevo señor. Ottavio, inseparable de Doña Aana. Y el público, satisfecho después de casi tres horas de una ópera fruto del trabajo bien hecho.