Gran éxito el de la pianista Yuja Wang, desde Oviedo para las salas nacionales. La intérprete china, con veintidós años, es una de las artistas que están en el punto de mira del piano internacional. Y eso es porque, usos de la imagen comercial aparte, Wang puede aportar, y mucho, a la interpretación de su instrumento. Un piano que la artista doma a través de una literatura diversa, plena de contenido y aristas por las que Wang pasa sin dejar nada a la ligera. En Wang se une una fuerza mecánica increíble, a pesar de la apariencia frágil, que consigue con una técnica de altos vuelos, unidas ambas -fuerza y técnica- a una expresión musical generosa. Todos los ingredientes se concentran para generar uno de los mayores descubrimientos del piano, que, además, aporta personalidad a la oleada de pianistas orientales que llena la escena actual.

Sólo falta que la próxima vez que recale en la ciudad -que así se espera que sea- Wang cuelgue el cartel de aforo completo en el Auditorio, si bien lo habría merecido una carta de presentación en España como la del lunes en el auditorio ovetense, que podríamos decir que fue con firma y sello. Quizás entonces ayude la correcta gestión de los conciertos en la ciudad, porque resultó verdaderamente inútil el hecho de que en la sala de cámara del Auditorio -pared con pared con un recital programado dos años antes- se celebrase el mejor concierto de los «Alrededor de...», de la Ópera de Oviedo, con «Forma Antiqva» y el contratenor Xavier Sabata, compañero habitual de la formación langreana de música antigua. Por si fuera poco, en el mismo día y hora se celebró el concierto tradicional de Navidad del Coro Universitario, con la soprano allerana Beatriz Díaz entre las voces solistas, en la Catedral ovetense. Si lo que se pretende es mantener la actividad musical en la ciudad, desde luego, éste no es el camino.

Una selección de cuatro sonatas de Domenico Scarlatti abrió el recital de Wang, teniendo en cuenta la revisión de la sonata preclásica en un solo movimiento para el piano, instrumento al que Wang adaptó su versión de las obras, escritas originalmente para clave. Una interpretación exquisita y un tanto edulcorada, aunque de toque inteligente a través de la articulación y el uso de los pedales, que se complementaron con cuidadas dinámicas y curvas melódicas. Wang se impone, pero no somete. Sabe sacar partido a todos los recursos que le brinda el instrumento, y para ello se sirvió también el lunes de obras de Schumann y de Liszt. Y, como colofón, la sexta sonata de Prokofiev, que fue lo mejor de la interpretación.

De este modo, Wang tradujo los «Estudios sinfónicos» de Schumann con vigor y el sentimiento trágico, a veces desgarrado en la pianista, que recorre la obra. La página sonó compacta a través de la «orquesta» que propone Schumann en estos estudios en forma de variaciones, que integraron, en el programa del concierto, tres de las variaciones póstumas que el compositor prefirió no añadir originalmente por su carácter íntimo contrastante. La pianista dibujó después con claridad los temas de Schubert que Liszt arregló en sus paráfrasis de los lieder, con un gran manejo del lenguaje sinfónico por parte de la intérprete. Prokofiev significó el clímax de la velada, con su sexta sonata -una de las tres «sonatas de guerra»-, áspera y contundente. La obra apareció enorme en su comprensión interpretativa, densa en ritmos y armonías, pero también sensible a la invención melódica y a los contrastes de dinámicas, así como de carácter entre los movimientos.

Por si fuera poco, tras un programa como éste, «heroico», hubo doble regalo que prolongó un concierto intenso, con la paráfrasis sobre la polka «Tritsch Tratsch» de Strauss a cargo de Cziffra, más las variaciones sobre la ópera «Carmen», de Bizet, que Horowitz escribió en el año 1923, también muy en la línea del virtuosismo de Liszt.