La transición entre el siglo XIX y el XX dejó en Asturias, en general y en Oviedo, en particular, la firma de grandes arquitectos en numerosas obras: Aguirre, Del Busto, García Rivero, Miguel de la Guardia, a quien Oviedo debe tanto, o Luis Miguel Bellido y González, en quien nos centramos en estas líneas por ser el autor del proyecto de iglesia de San Pedro de los Arcos, que este 2010 anda de cumpleaños centenario; así pues, bien merece la ocasión un recuerdo de su autor.

Bellido nació en Logroño el 8 de mayo de 1869 en el seno de una familia de ingenieros de caminos. Su padre, Joaquín Bellido Díaz, que ocupaba entonces el cargo de jefe de Obras Públicas de la provincia de Logroño, procedía de Abletas (Navarra), y su madre, Mariana González Somoza, había nacido en Villalpando (Zamora), aunque su familia procedía de Lugo. Fue bautizado en la parroquia de Santiago el Real, enclavada en uno de los barrios residenciales de Logroño, y fue su padrino el abogado y fiscal de la Audiencia de Oviedo Gabriel González Somoza, hermano de su madre y posiblemente persona que influyó para que Bellido fuera primero a Lugo y más tarde a Asturias.

Estudió la carrera en la Escuela de Arquitectura de Madrid y obtuvo el título el 5 de marzo de 1894, después de aprobar el proyecto fin de carrera con los temas «Croquis de puerta monumental de ingreso a un jardín botánico» y «Proyecto de un gran salón de conciertos».

El mismo mes que obtuvo el título recibió el encargo del fabricante de chocolates Matías López para construir las escuelas públicas que llevaron su nombre en Sarriá (Lugo), pueblo natal del fabricante. Poco tiempo después, en julio de 1894, aparece como arquitecto municipal de Lugo, en cuyo puesto permaneció hasta 1895, seguramente apoyado por su familia materna. Ya en abril de 1894 había sido nombrado arquitecto diocesano de Asturias por el obispo fray Ramón Martínez Vigil, bajo la influencia de su padrino, el fiscal de la Audiencia de Oviedo.

A la muerte de Mariano Medarde, arquitecto municipal de Gijón, solicitó el puesto con el apoyo del alcalde Ramón García Sala, y fue nombrado el 2 de diciembre de 1899, después de una votación unánime.

Bellido, al tomar posesión de su cargo, renunció a la construcción de la Escuela Normal de Maestras y Prácticas Superiores, que comprendía el Archivo General Histórico de Galicia y la Biblioteca Pública de La Coruña, que le había encargado el Ministerio de Fomento en 1896 y que, quizás, hubiera sido una de sus mejores obras.

Formó parte del jurado que había de fallar el concurso de medallas y diplomas concedidos a los expositores premiados en la exposición regional celebrada en Gijón en el verano de 1899, e hizo el pabellón de sidra achampanada de la firma Gamba, Muñiz y Belaunde. Queda patente que, desde su llegada a Asturias, Luis Bellido estuvo en muy buenas relaciones con la burguesía industrial y comercial, muchos de cuyos nombres fueron sus clientes, como Belaunde, Bauer, Martínez Marina, los condes de Revillagigedo, entre otros, lo mismo que los altos estamentos burocráticos locales.

Su gestión como arquitecto municipal -de enero de 1900 a marzo de 1904- fue compaginada con el libre ejercicio de la profesión.

Al abandonar la región asturiana había construido en la diócesis, además de nuestra iglesia de San Pedro de los Arcos, el Seminario y el cuartel del Milán, la iglesia de San Juan el Real de Oviedo (por la que obtuvo el Premio Nacional de Arquitectura), la iglesia de San Esteban en Gijón, la de Santo Tomás de Canterbury en Avilés, la de Santa María en Pola de Laviana, la de San Lorenzo de Gijón, la capilla de la Fábrica de Mieres, la iglesia parroquial del Sagrado Corazón en Tapia de Casariego, las reformas y la reconstrucción de la Catedral de Oviedo hacia 1902, la iglesia de San Salvador de Cabañaquinta; en total, construyó en Asturias treinta y cuatro templos, junto con decenas de edificios de viviendas o servicios. Una de sus obras más polémicas fue la reforma de la Catedral, en la que suprimió el coro que se encontraba en el centro de la Basílica, lo que acarreó complicaciones, tanto a él mismo como a Martínez Vigil. En 1905 se desplaza a Madrid como arquitecto municipal y fue nombrado arquitecto de propiedades del Ayuntamiento de la villa, donde dejó un importante número de obras.

En 1939, después de cuarenta y cinco años de trabajo, se jubila y pasa a ser colaborador de diversas publicaciones especializadas. Contribuyó a la creación del Colegio de Arquitectos de Madrid y fue presidente de la Sociedad Central de Arquitectos y del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos y de la Sección de Arquitectura de la Academia de San Fernando. Ya jubilado, continuó con sus tareas de académico formando parte de numerosos tribunales de concursos de arquitectura y participó en varias sesiones de críticas de arquitectura en la revista «Arquitectura» hasta su muerte, el 15 de diciembre de 1955.

Dicen que una persona nunca muere del todo en tanto permanezca viva en el recuerdo; sirva este escrito como testimonio y recordanza a quienes con su arte nos legaron tantas y tan hermosas edificaciones, de las que, desgraciadamente, muchas pasaron a mejor vida.