Adrenalina y testosterona bien llevada -no vaya a venir la flamenca Aído a censurarme- son dos de los aditivos que convierten a «The Punishers» en una de esas imprescindibles propuestas de rock afilado que enriquecen la escena asturiana. Y es que, cuando vas a tu bola, todo lo demás importa menos. Salvo el amor al rock con mayúsculas, de musculadas guitarras, de un equilibrio que ha sabido salirse de la encrucijada «sleazy rock» en un grandioso tercer álbum con el que abrieron. «Respect», «Sometimes» y «Twice» fueron el aperitivo de una actuación carnosa, con sustancia, no apta para vegetarianos (musicales, entiéndaseme, no vaya a venir...), pero con la sabiduría que les han dado los años y la carretera: no excederse en desvaríos, ser potentes pero precisos. En cada riff, en cada punteo, medirse para que la balanza nunca se decante a ningún lado y, aun así, no perder un ápice de fiereza. Quizá la guitarra de Chalo -que ha vuelto a las mallas rojas- se solapó ante el vendaval de energía «hard rockera», pero poco importó, porque en la confrontación con los elementos salieron vencedores. Abrieron las catalanas «The Lizards», engrasado trío de «punk rock» divertido y más entonado cuando su guitarrista se lanzó a la persecución de los guitarreos ocultos de «Radio Birdman» y «Stooges».