Ch. N. / P. G.

Aun con la voz muy tocada y arropado sólo por un piano, Raphael, representante de una grandeza lírica sin igual en la escena de la canción ligera española, demostró que su personaje es capaz de poner en pie a todo un Auditorio desde la primera a la última canción durante dos horas y media. Eso fue lo que el de Linares ofreció ayer en el Príncipe Felipe a un ejército de fans entregadas. Fue, declaró a mitad del recital, «raphaelismo puro y duro».

Un arranque crudo, con el cantante solo encima del escenario entonando los versos de Machado que Serrat popularizó en «Cantares» hicieron ver que había salido con el riesgo de una voz tomada, pero con la certeza de que su sola presencia, como pasó, pondría en pie a todo el Auditorio.

Los gritos de «¡guapo!», «¡eres grande!» o «¡estás hecho un chaval!» fueron la tónica durante todo el concierto, acompañado por el pianista Juan Esteban Cuacci, con un cambio de vestuario, y con el genio y la figura de Raphael dominando la situación en todo momento.

Tras la segunda «Ahora», una composición muy autobiográfica que le escribió Bunbury y que éste también grabó en el disco compartido con el asturiano Nacho Vegas, llegaron clásicos de todos los tiempos: «Precisamente tú», «Somos» y «Mi gran noche». Vestido ahora con camisa negra, despojado de la blanca inicial, Raphael recordó a sus imitadores, se burló de sus gestos y celebró sus cincuenta años con recuerdos a los tiempos en que «era tal que así, poquito menos que ahora, las primeras veces que venía a Asturias».

El repertorio no defraudó a los que esperaban los grandes éxitos, con «Digan lo que digan», «Provocación» o «Yo sigo siendo aquél», todas ellas interpretadas con una voz que a veces era sólo un hilo, otras estallaba en chorro y que, siempre, sin excepción, provocaba el delirio en el patio de butacas, puesto en pie prácticamente a cada estrofa.

Tras momentos tan emotivos como el «Gracias a la vida» -«mi canción desde hace siete años», dijo en alusión a su trasplante de hígado- llegó el «Escándalo». Los mil quinientos espectadores que agotaron todo el papel en el Auditorio corearon el estribillo mientras el artista derrochaba gestos y poses del Raphael más auténtico.

«Qué sabe nadie» y los bises de «Frente al espejo» y «Yo soy aquél» llevaron el recital al delirio, con gritos constantes de sus fans. Su despedida fue un emocionado canto a su público. El mismo que le regaló ayer una gran noche.