La Sociedad Filarmónica acogió, en su última cita, la presentación del pianista gijonés Mario Bernardo, que se resarció de las pocas oportunidades que brinda el circuito musical para el solista. Lo hizo con un programa de contenido titánico, de diferentes estilos y épocas. Como decía el mismo intérprete a la salida del concierto, «un tres en uno». Bernardo abrió fuego con un par de sonatas preclásicas, dos páginas de Scarlatti de diferente estructura, que sirvieron al pianista para hacerse con el instrumento de la Filarmónica. Llevó a cabo una interpretación lúcida, sensible a la creación melódica y rítmica que caracteriza la invención de estas obras, con unos medios técnicos y una elección del estilo de interpretación que dejaron entrever la altura que cabía esperarse un poco más tarde en Haydn, cuya «Sonata en Fa mayor, Hob. XVI. 23» supuso una de las mejores partes del concierto.

Dicha sonata clásica, que combina antiguos procedimientos musicales con nuevas corrientes estéticas, se distinguió por una interpretación muy equilibrada, en la que Bernardo sacó todo el partido a las características de cada movimiento. Un «Moderato» de melodías engalanadas, y con contrastes importantes, en el que se sintió el nuevo movimiento romántico del «Sturm und Drang». Un «Adagio» de carácter romántico, de amplios perfiles melódicos, que permitió el lucimiento del pianista. Y el «Presto», un «finale» monotemático que sonó con verdadera vida interna.

Esta obra permitió a Bernardo hacer gala de sus cualidades. El pianista cuidó con minuciosidad el sonido en una interpretación límpida, cosa no tan sencilla en la ejecución de la sonata. La técnica de la articulación, despejada del uso del pedal derecho, obteniendo el toque más apropiado, estuvo en la base de una interpretación no exenta de «musicalidad» y que ha de estar en la finalidad de toda ejecución.

Para cerrar la primera parte se dio un salto hasta el siglo XX español, con una obra inhabitual en los conciertos en Asturias, la «Fantasía baetica» de Falla. Bernardo afrontó una literatura pianística influenciada claramente por el estilo de Albéniz, en una obra preparada a conciencia por el intérprete asturiano. Se trata de una creación para el piano más virtuoso, de estructura tripartita y en la que Falla llevó a último término el «regionalismo» en la composición para piano. Bernardo cuidó las melodías de corte popular y arcaico que aparecen revestidas de un ropaje musical generoso. La parte intermedia, de oscuro lirismo, destacó en una interpretación que además logró una continuidad en su rico lenguaje de carácter sinfónico. Queda perfilar y dar brillantez a las partes externas de la estructura, para donde se reservan las secciones más incisivas y las dinámicas más amplias de la obra, en una cita próxima con el pianista gijonés, que se espera sea pronto.

La segunda parte del recital estuvo reservada para la «Sonata en si menor» de Liszt, una de las cumbres del piano. Con Liszt, la sonoridad del piano se amplía a través de nuevos medios y efectos, a los que Bernardo supo sacar partido. Liszt exploró todos los recursos del piano a través de audacias armónicas y constructivas. Los temas se someten a una prolijidad de ideas de tempo, medida, figuración y armonía, resultando una forma ambigua respecto a la cual no hay unanimidad en los análisis musicológicos. Hay que considerar en el recital de Bernardo la calidad de las texturas, la intensidad dramática, el lirismo, el manejo de los «tempi» y el virtuosismo como notas fundamentales de su actuación. No podía faltar la propina, y fue una de las «Escenas infantiles, Op. 15» de Schumann, «El niño se duerme».