David ORIHUELA

Fueron 36 minutos de magia. Tiempo más que suficiente para que Maria João Pires saldara el ansia del público de Oviedo después de 16 años de ausencia, cuando actuó por última vez en la ciudad, en el Campoamor. Podría decirse, si las leyes de la naturaleza no lo prohibiesen, que el público que llenó ayer el Auditorio estuvo algo más de media hora sin respirar. La música que salía de las manos de la Pires hacía olvidarse de todo. La portuguesa tiene un cuerpo diminuto que se engrandece cuando sus manos entran en contacto con el piano y lo convierten en una extensión de su persona, un órgano vital que bombea emociones en cada nota. Las jornadas de piano «Luis G. Iberni», que patrocina LA NUEVA ESPAÑA, tuvieron ayer un concierto de clausura que pasará a la historia de la ciudad.

Maria João Pires, la gran dama portuguesa del piano, dejó en Oviedo un recuerdo imborrable con la interpretación del «Concierto para piano nº 3 en do menor, op 37» de Beethoven. Lo hizo acompañada de la orquesta «Staatskapelle Weimar», y bajo la dirección de Leopol Hager.

Pires llegó al Auditorio de Oviedo a las siete y cuarto de la tarde y estuvo haciendo ejercicios durante unos minutos. A las ocho, la orquesta ofreció una obertura que sirvió para que el público se situase de cara a lo que vendría luego. Pasaba un minuto de las ocho y cuarto de la tarde cuando la Pires se sentó al piano. Comenzó entonces una comunión mágica entre la excelente orquesta y la pianista, con momentos de emoción intensa tanto en los movimientos más ágiles como en los fragmentos más melancólicos de la partitura de Beethoven.

Faltaban unos minutos para las nueve de la noche cuando se cerró la primera parte del concierto, con la Pires como protagonista. Cinco minutos de aplausos para dejar claro que Oviedo esperaba a Maria João Pires, y que le agradece lo que hizo ayer en el Auditorio.