Pasan los años y las épocas, y el interés por «El lago de los cisnes» no decrece, al contrario. Es el ballet más famoso de la historia y posiblemente la creación escénica más representada en el mundo. Hacía casi dos años que Tchaikovsky había muerto cuando los coreógrafos Marius Petipa, ya con 76 años, compositor del 1.º y 3.º actos, y Lev Ivanov, autor del 2.º y 4.º, alumbraron un monumento llamado «El lago de los cisnes». Sucedió en San Petersburgo en el año 1895. Hacia mucho tiempo que no se representaba en Oviedo este ballet. Bienvenido, y ojalá que no vuelva a repetirse un lapso tan extenso.

Aquí, como sucede en las ciudades cultas del mundo, se debe conocer y gozar con más frecuencia el repertorio clásico de este arte. La gloria de esta obra la aporta la coreografía de dos genios que, junto con la brillante música del compositor ruso, logran este milagro, considerado una de las cúspides del arte universal. «El lago» nos transporta a un paraje situado en algún lugar entre el cielo y la tierra, un reino superior y sobrenatural. Pero para penetrar en ese mágico reino y conseguir que el arte se vea y se sienta en el escenario en toda su profundidad y significado se necesitan «intérpretes creadores», que son los que llenan aquel «espacio» que les ha dejado el coreógrafo para que cada bailarín nos hechice y emocione con su propia y única creación del personaje. Estos bailarines creadores forman una estirpe muy selecta. Los que no pertenecen a esa élite, que son el resto y la inmensa mayoría, yo los considero simples intérpretes, que con más o menos fortuna repiten o reproducen la coreografía.

El Festival de Danza Oviedo 2010 se despidió con una nueva visita del «Corella Ballet» de Castilla y León (noto que desde su última representación aquí hay notables ausencias en sus filas, como Mackay, Almeida, Gatti, Ellis). En esta ocasión ofrecieron su producción de «El lago de los cisnes», estrenada hace tres meses en Valladolid. En el foso se contó con la estimable colaboración de «Oviedo Filarmonía», dirigida por Pietro Rizzo.

La figura clave de «El lago» es la de la protagonista, que debe poseer una gran sensibilidad y un talento superior. La misma bailarina debe interpretar dos personajes muy diferentes, tanto en el concepto como en el baile. En el segundo acto, la música de Tchaikovsky inspiró a Ivanov para dar a luz una joya coreográfica en el que la ternura, la exquisita plasticidad y la línea de los movimientos de Odette, criatura de pura y frágil belleza, producen un clima de sentimentalismo romántico y poesía mayor. En el tercero, en un considerable contraste, Odile se debe manifestar incisiva, perversa, y su baile, alcanzar la máxima grandiosidad en todos los detalles y dificultades del virtuosismo. Es un papel dual de alta exigencia que muy pocas bailarinas conquistan en toda su plenitud. Petipa, Ivanov y Tchaikovsky nos legaron una obra excepcional. Por lo tanto, a los que se decidan a representar este ballet se les debe exigir una excelencia mínima en todas sus facetas. Subrayo la palabra excelencia. La gran obra necesita grandes intérpretes.

En la función del jueves Odette/Odile fue interpretado por Natalia Tapia. En el segundo acto se mostró muy lejos de la intensidad lírica y el aliento poético, imprescindibles en este cuadro. Tiene que ahondar mucho en el estilo, la interpretación y la línea. En el cisne negro se encontró más cómoda y salió adelante, demostrando su nivel técnico con unos eficaces y limpios «fouettes».

Ángel Corella representó el papel de Sigfrido. Él ha sido un bailarín con una técnica brillante. En su época de gran auge nunca actuó en Asturias. Yo he vivido su llegada a la cumbre y su esplendor, y puedo decir que lo que se ha visto el jueves en el Campoamor es un reflejo de lo que fue. Ahora se encuentra en una nueva etapa de madurez inmerso en distintas actividades. A esto hay que añadirle que no está en la mejor forma como bailarín, su cuerpo ha ganado algunos kilos. Consecuentemente, su agilidad, ímpetu y virtuosismo han mermado considerablemente. Es ley de vida. No hay dudas de que tiene oficio y así lo demostró durante toda su actuación. En el «pas de deux» del tercer acto exhibió con exactitud sus saltos y giros.

«El lago» también es espectáculo, por lo tanto, requiere una puesta en escena de gran riqueza y magnificencia. Los de Castilla y León, un grupo modesto, presentan un montaje digno y efectivo. Hacen una lectura de la obra, sin magia, pero correcta y, en general, fiel a la tradición. Hay obvias influencias de diversas procedencias. Por ejemplo, la Tarantela está inspirada en la versión del «American Ballet». Es una especie de competición entre dos bailarines que realizan múltiples piruetas, bien ejecutadas por Fernando Bufalá y Yevgen Uzlenkov. También destacó Kirill Radev como Benno. El cuerpo de baile cumplió, aunque no sin algunas imprecisiones.

Éste es un «Lago» más visual que emotivo. Esta excepcional obra, que significa un gran reto, acaba de comenzar su vida en este joven grupo. Queda mucho por perfeccionar. Poco a poco estos bailarines irán depurando sus perfiles y profundizando en su contenido y rigor. Cambiando de asunto, sólo añadir que por muchas razones ha sido un acierto reconsiderarlo y salvar las plateas del Campoamor.