Ch. NEIRA / E. GARCÍA

El mundo académico asturiano de las ciencias históricas se unió ayer al mediodía en la iglesia del Corazón de María de Oviedo para despedir a su investigador más riguroso, esforzado y discreto. El profesor Francisco Diego Santos, padre de los estudios epigráficos romanos y medievales en la región y autor de algunas de las obras que más luz han arrojado sobre la historia del noroeste hispano, había fallecido el pasado sábado, a los 95 años. Lúcido y todavía al pie del cañón, vivió lo suficiente para ver publicado «El Conventus Asturum y anotaciones al noroeste hispano», un volumen en el que la editorial KRK recopiló, hace sólo dos meses, su tesis doctoral y artículos dispersos publicados a lo largo de toda su carrera.

Aunque nacido en Zamora (Cozcurrita de Sayago, 1915), el trabajo de su padre, profesor en Ribadesella, del que heredó la vocación docente, le trajo a Asturias con sólo 3 años. Pasó por Valdediós, le tocó la Guerra Civil y sólo después, en 1939, pudo empezar sus estudios universitarios. Lo hizo en Valladolid, donde conocería a otro asturiano de la Meseta, Emilio Alarcos, con el que volvería a coincidir, forjando una amistad para toda la vida, en Madrid, de estudiantes de último curso, en el Instituto Carreño Miranda de Avilés, como profesores, donde Diego Santos ejerció entre 1945 y 1949, y, finalmente, en Oviedo, donde Diego Santos dio clases de Griego, Latín, Epigrafía y Numismática hasta 1983.

Mucho antes, en 1952, Francisco Diego Santos había logrado un destino profesional que, a la postre, iba a ser definitivo. La cátedra de Griego en el Instituto Alfonso II, en Oviedo, donde permaneció hasta su jubilación, en 1985.

Quizá culpa de su discreción, de aquel trabajo en el que estaba contento o de algún desencuentro con la academia, sus vínculos con la Universidad nunca cuajaron definitivamente. Esa circunstancia la ilustraba bien Antonio García Bellido, histórico catedrático de Arqueología Clásica de la Complutense, cuando relataba cómo Diego Santos se había puesto en contacto con él para pedirle consejo sobre su tesis doctoral. García Bellido le preguntó sobre qué asunto quería abordar la tesis, y Francisco Diego le contestó que sobre epigrafía en Asturias. «Ah, pues para eso lo mejor es que se ponga en contacto con Diego Santos, que es el que más sabe de España», le dijo un despistado García Bellido, quien no entendía cómo era posible que a esas alturas, en el umbral de la década de los setenta, el gran experto nacional no tuviera tesis. Para explicarlo hay que remontarse muchos años atrás, cuando un desencuentro del profesor con la Universidad dio al traste con el proceso, y Diego Santos publicó el trabajo por su cuenta, invalidando así la posibilidad de que aquel estudio se convirtiera en tesis doctoral.

Pero al tiempo que Francisco Diego Santos ejercía la docencia con verdadera vocación, también encontró tiempo para trabajar la epigrafía romana y medieval, el estudio de las inscripciones, con un tesón, rigor y profesionalidad de titán. De este trabajo serio y constante irían saliendo obras fundamentales para la historia de la región, como la «Epigrafía romana de Asturias», publicado en 1959, o el todavía hoy fundamental volumen tercero de la «Historia de Asturias», de Ayalga, de 1976.

Su despedida sirvió ayer para que la comunidad académica volviera a ensalzar su rigor científico, su trabajo pulcro y constante.

María Josefa Sanz, catedrática de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Oviedo, puso por delante de toda su obra «su honestidad». «Era muy humilde, pero de una efectividad absoluta; pasaba tan desapercibido para quien no quisiera verlo como su figura, pequeña, pero su cabeza ha sido una de las más pensantes de la historia de Asturias».

La catedrática de Griego de la Universidad de Oviedo Manuela García Valdés, que llegó a coincidir algunos años con él en el departamento, lo recuerda como «muy independiente, muy honesto, muy trabajador y muy buen compañero, un modelo para los que entonces nos dedicábamos a esas disciplinas, un referente en los estudios clásicos y en el trabajo intelectual».

El arqueólogo Rogelio Estrada, que lo tuvo de profesor de Latín en la Universidad, destaca el trabajo sobre la Asturias visigoda. «Ahora todavía está empezando a descubrirse esa presencia de los llamados siglos oscuros, y él, en una época muy limitada, de una gran sequía investigadora, dijo cosas muy acertadas, que ahora los hallazgos están corroborando».

La también arqueóloga Otilia Requejo insiste en la «aportación fundamental» que realizó «para la historia de Asturias», «con una obra importantísima, la del Conventus Asturum, un remate a todo el trabajo de una vida que va a ser una obra de referencia para la investigación histórica y arqueológica. Para los arqueólogos, es un autor de referencia».

La catedrática de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid Carmen Fernández Ochoa se queda con sus estudios sobre la romanización, «que marcaron muchísimo la trayectoria de los que hemos ido detrás de él, porque para todo el que trabaje los estudios de la antigüedad en Asturias es una referencia inexcusable».

Tras una vida intensa dedicada al trabajo y la familia, a Francisco Diego Santos le llegaron los premios al final. El «Asturias», en 1990, por su dedicación a la región. Y más recientemente, el homenaje de los Amigos de La Carisa en el congreso celebrado en 2008 o el que le dedicó el RIDEA al presentar su último libro. Él, emocionado y menudo, contuvo el gesto y aquel día no quiso hablar.