¡Bueno anda el ajo!, por eso lo planto aquí, aunque el dicho recomiende que los ajos, en San Virgilio, ni por sembrar ni nacidos. Además de antídoto contra gusanos intestinales, sus virtudes son mil, como sus refranes. Metiendo un diente de ajo por donde metemos los supositorios curamos el prurito anal que, en ocasiones, él mismo provoca; quien se pica ajos come. Nuestra cocina, según Camba en «La casa de Lúculo», estaba llena de ajo y de preocupaciones religiosas; el ajo mismo era una preocupación religiosa, utilizado como espantabrujas. Incluso a los ladrones espantábamos cuando comíamos ajos al natural; con pan y ajo crudo, camino seguro. Llegó el boom inmobiliario, empezamos a consumirlos con angula, con bacalao al pil-pil, en alioli con gambas..., hasta que se descubrió el ajo de las sub-prime. Muchos ajos en el mortero, mal los maja el majadero.