¡Juan Ignacio Ruiz de la Peña, Nacho para la mayoría de los que ayer se apiñaron en los viejos pupitres de una de las aulas del ahora llamado edificio histórico de la Universidad de Oviedo, cerró ayer el círculo de una vida académica con una perfección cuadrada. Lo hizo en la misma estancia en la que le daba clase de Procesal a finales de los cincuenta José Serrano, muy cerca de donde recibió el magisterio de Ramón Prieto Bances, de Juan Uría Ríu o de Eloy Benito Ruano. Y en el mismo día en que el catedrático Vidal Peña pronunciaba también su última lección en otro campus, el del Milán, el mismo en el que los dos maestros de la Universidad de Oviedo fueron «aguerridos oficiales de milicias entre 1963 y 1964».

Todo eso lo dijo ayer en su última lección Juan Ignacio Ruiz de la Peña, una exposición que convirtió en homenaje a sus maestros, «mis acreedores principales», expresión que rescató del retiro de otro gran historiador, Ramón Carande. No en vano, la lección de Ruiz de la Peña fue ésa, la del respeto a los mayores en términos académicos, la del máximo respeto al trabajo con las fuentes en la labor del historiador, una tarea, y citó a Manuel Gómez-Moreno, «que interesa un poco a pocos y al resto nada». «Pero hay que procurar hacerlo bien».

Eso, y no otra cosa, puede ser la excelencia, aunque las advertencias finales de Ruiz de la Peña derivaron más hacia el lamento del qué se hizo del mundo universitario en el que él nació, creció y ayer se despidió, en el caso de que eso pueda suceder con los grandes profesores. En otra lectura, Ruiz de la Peña no evitó el tirón de orejas cuando clamó que «algo funciona mal en la Universidad cuando no puede incorporar a los llamados a realizar la renovación científica». Los discípulos.

Ayer hubo muchos en el aula del viejo edificio de Derecho en el que Ruiz de la Peña inició eso, los estudios de leyes, y en los que sumó la carrera en las Letras que le llevarían a la historia. Discípulos y hasta alumnos. En la última fila, los chavales a los que todavía este año les ha dado Historia Medieval de Asturias, alumnos de segundo ciclo que seguían divertidos las reflexiones de su profesor. En las primeras, otros discípulos ya profesores y también compañeros de promoción, colegas, amigos todos. Por citar, y sin llegar al detalle de todos los pupitres, asistieron a clase la catedrática de Historia del Arte en León Etelvina Fernández González, el compañero de ésta en la misma Universidad, pero de Medieval, César Álvarez, el historiador de la Economía Joaquín Ocampo, la profesora de Historia en Oviedo Ángeles Faya, el historiador Florencio Friera, su segundo en el RIDEA que preside Nacho, su hermano Álvaro Ruiz de la Peña, la catedrática de Literatura Española Inmaculada Urzainqui, la profesora de Historia del Arte Pilar García Cuetos o la paleógrafa María Josefa Sanz.

Muchos. Y todos salieron de allí con la sensación agridulce, pero verdadera de haber presenciado una lección agradable por la anécdota divertida, y amarga por el recuerdo de aquello que ya pasó hace más de cincuenta años y no ha de volver.

De la parte más divertida, una sola anécdota, porque hubo muchas. En la glosa a sus maestros, a sus «principales acreedores», al llegar al detalle del «magisterio fundamental» que en «historia y asturianismo» le dejó Juan Uría Ríu, citó aquellas clases en las que «los chicos nos sentábamos delante y las chicas al fondo haciendo cosas de chicas, calceta o sus juegos». Ellas protestaron divertidas en el aula. Y Ruiz de la Peña siguió. «Emilio Marcos Vallaure se daba la vuelta y les gritaba "a ver si calláis". Y él, entonces, le decía a Emilio "¡niñín, déjalas!"».

El entonces compañero de pupitre, hoy director del Museo de Bellas Artes de Asturias, que ayer sí se sentó en uno de los últimos escaños, asentía.

Anécdotas parecidas salieron a relucir sobre José Pelayo Pazos, Manuel Menéndez García o José Serrano. Y de otros autores cuyo magisterio no le llegó por la vía directa de la clase y sí por la lectura, en los que Ruiz de la Peña encontró camino académico fértil.

En una ocasión, en un tribunal un opositor le puso sobre la mesa un «mazo de trabajos». Ruiz de la Peña y el resto del tribunal le reconvinieron: «Usted ha dedicado más tiempo a escribir que a leer».

La investigación también es necesaria y Ruiz de la Peña explicó que la Universidad ha de ser «fábrica» y no «almacén» de conocimientos. Pero mal se logrará ese propósito si uno no se pone en la cadena de honrar a los maestros y de fortalecer la transmisión de la tradición a los discípulos. De eso fue la clase. Auténtico magisterio. Sus amigos salieron emocionados y contentos. Aplausos y en pie.