En San Esteban de las Cruces, al inicio de la Guerra Civil y en pleno cerco a Oviedo por las tropas republicanas, una joven viuda escondió en el sótano de su casa a un rentista que había ganado millones en Cuba, y se convirtió en administradora de su fortuna e incluso de su vida; tanto así que no informó a su huésped cuando los nacionalistas rompieron el cerco a nuestra capital; ni lo tuvo al corriente de la derrota roja del Frente Norte, ni del definitivo triunfo franquista, ni de la llegada de la democracia. Es más, me consta que él, encerrado en la bodega, acaba de celebrar su 122.º cumpleaños sin esperanzas de ver una salida al conflicto español. En Grecia ocurre algo parecido; la economía de guerra ha propiciado que miles de familias «secuestren» a sus pensionistas, per in saecula saeculorum, mientras dure el asedio o la incompetencia de qué sé yo quién.