Fernando Martín, «uno de los grandes cocineros asturianos de todos los tiempos», como lo definió Ignacio Gracia Noriega, reabre Trascorrales, un clásico de la hostelería ovetense, que cuando encendió sus fogones, un 2 de febrero de 1976, revolucionó la gastronomía local y marcó un antes y un después.
«Abro Trascorrales con mi hija María, porque el invierno en el Palacio de Luces, en Lastres, se me hace muy largo y también porque no me encuentro muy realizado. Y, además, me di cuenta de que a mis años no soy nadie y que necesitaba algo nuevo», comenta con socarronería.
Después se pone más serio y explica que «al cerrar Trascorrales mi única pena era que no había logrado contactar con la gente joven, y eso quería decir que mi cocina no había llegado a muchas personas, y hoy creo que puedo hacerlo».
Lamentos del inconformista que había conseguido que su restaurante figurara entre los 25 mejores de España, con su Estrella Michelin, la primera que brilló en Asturias, y que además como cocinero fue galardonado con el Premio Nacional de Gastronomía.
A finales de esta semana o en los primeros días de la que viene abrirá Trascorrales, pero no en su ubicación tradicional, sino en la calle Carlos Bousoño, cerca de donde estaba la antigua estación del Vasco. Todo dependerá de los remates finales.
«Abro con la ilusión con la que siempre comencé todas las cosas, y como lo hago en medio de una importante crisis económica, también siendo coherente con los tiempos, en un establecimiento que será respetuoso con el cliente y conmigo mismo», advierte Fernando Martín.
Se compromete a tener los pies en el suelo y a que la gente no gaste el dinero por gastarlo, «pero siempre respetando la cocina asturiana dentro de unos límites propios de estos tiempos», puntualiza. Quiere elevar el tapeo, «que en estos tiempos es tan importante», y recuperará algunas de sus creaciones más celebradas, como los callos empanados, las colmenillas, las albóndigas de rabo de toro, el salpicón de marisco que aprendió de su madre, los chipirones afogaos de Lastres y el cachopo de la familia, el del Pelayo, que marcó una pauta en Oviedo. El primer Trascorrales, que tomó su nombre de la plaza en la que se encontraba, a escasos metros del popular Gato Negro, cerró sus puertas en el año 1995, después de que se sentaran en sus mesas reyes, premios Nobel y artistas de todo tipo.