«Quiero entregarme porque he matado a mi hermana. El cuerpo está en la nevera, y la cabeza, en el congelador. La descuarticé en la bañera, las herramientas están ahí, aunque ya lo he limpiado todo con lejía». Esto fue lo primero que Pablo Blanco espetó a los policías que acudieron al domicilio que éste compartía con su madre, su hermana, tres jóvenes realquilados y un bebé, el 25 de junio de 2009, dos días después de los hechos. Así saltaba a la luz uno de los crímenes más macabros en la historia de Oviedo. La confesión de Pablo Blanco sobre lo que supuestamente había hecho a su hermana María Luisa era sólo el capítulo final de un caso que produce escalofríos sólo con leer parte de los escasos diez folios que ocupa el escrito de acusación del fiscal. En él se piden casi dos siglos y medio de cárcel para los tres mayores de edad acusados de matar a María Luisa: Jesús Villabrille (111 años), Pablo Blanco (25) y Cristian Mesa (111).

Esta complicada historia comienza en julio de 2008, cuando Pablo Blanco, que ahora cuenta 37 años y arrastra un retraso mental al igual que su madre y hermana, conoció a Cristian Mesa, al que invitó a vivir en el domicilio con su familia. En agosto apareció en escena la pareja formada por Jesús Villabrille y la menor Larisa L. (ya ha sido juzgada y condenada a diez años de internamiento), que acabaron viviendo en el piso de los Blanco y teniendo un bebé. Al principio la convivencia se desarrolló, según el fiscal, «con total normalidad». Pero a finales de 2008 todo cambió. Jesús Villabrille, que se hacía llamar «El Duque», se hizo con el control de la casa contando con Cristian Mesa como «brazo ejecutor». Los dos jóvenes, instigados en ocasiones por Larisa L., comenzaron a apretar a la familia Blanco. Primero obligaron a la madre, María del Rosario Blanco, y a María Luisa a darles sus tarjetas de crédito. Las dos mujeres contaban por sus minusvalías con dos pagas que sumaban 1.500 euros al mes.

Y comenzaron los golpes y puñetazos diarios. «El Duque» llegó a prohibir a los Blanco que hablasen entre ellos y que mirasen a la cara al resto. Si esto no se cumplía, llegaban los «palos». En ocasiones, «El Duque» empujaba a Pablo Blanco a pegar a su hermana y a su madre. La situación llevó a los tres miembros de la familia a huir de su casa y a presentar una denuncia en la Comisaría. Esto enfadó aún más a «El Duque», que, aprovechándose del retraso mental de sus víctimas, las convenció para que retiraran la denuncia y regresaran a casa. Allí les quitó las llaves, los teléfonos móviles y puso a Cristian Mesa a dormir en un colchón frente a la puerta de salida, para evitar fugas.

La estricta dominación de las vidas de los Blanco llegó a tal punto que se les prohibió salir de casa sin compañía, acceder a su dinero, e incluso a la comida. Villabrille y sus compinches sólo les daban de comer arroz y espaguetis. Mientras, los dos jóvenes dominantes fueron perfeccionando sus métodos de tortura: palizas con un grueso libro, golpes con una barra de hierro y una escoba, juegos de asfixia...

Incluso obligaron a los dos hermanos a orinar en un vaso y beberse su propio orina. Pero la peor parada fue María Luisa, a la que daban duchas frías. Al menos en dos ocasiones María Luisa y Pablo fueron obligados a masturbarse mutuamente, y en otra obligaron a la mujer a hacerle una felación a su hermano. Incluso forzaron a María Luisa a hacerse cortes en los brazos y meterlos en el agua con el fin de que se desangrara. Este intento de suicidio inducido fracasó.

La violencia en la casa llegó a tal grado que al grito de Villabrille de «cuando vuelva quiero ver el trabajo hecho», Pablo Blanco apuñaló levemente a su hermana. Le curaron las heridas a base de alcohol y algodones. La última humillación se la llevó María Luisa. La noche de San Juan de 2009 la obligaron a estar de pie a pesar de que una enfermedad no diagnosticada la mantenía en una silla de ruedas. Al caerse le dieron una ducha fría y volvieron a empezar. Cuando se caía contaban hasta cinco y la golpeaban en las piernas. Fue entonces cuando la estrangularon por partes: comenzó Cristian Mesa mientras Jesús Villabrille la usaba como saco de boxeo. Mesa dijo que no podía más, Villabrille ordenó a Pablo acabar el trabajo. Como «ayuda», Villabrille vació en la garganta de la víctima una botella de whisky, que llevó a María Luisa a tener en su sangre un cantidad mortal de alcohol (4,43 gramos por litro). Luego llegó la idea para deshacerse del cuerpo: despedazarlo y dárselo de comer a los perros. La idea se truncó al obligar a Pablo a confesarse como único autor de los hechos.