David ORIHUELA

Las obras de rehabilitación del edificio del número 19 de la calle Argüelles no fueron la causa ni influyeron en el derrumbe del interior de las seis plantas del inmueble la mañana del viernes. Es la postura, firme, de la Universidad de Oviedo, propietaria del edificio que se vino abajo. El vicerrector de Infraestructuras de la institución académica, José Carlos Rico, descartó ayer cualquier relación de los trabajos con el colapso del edificio. «La obra no afectó en nada», aseguró, y explicó que «fallaron los pilares porque estaban en muy mal estado». Hay quien va más allá. Fuentes cercanas a los trabajos apuntan que «el edificio se hubiese derrumbado de todas formas si no hubiese obras y habría causado una tragedia». Abundan así en la tesis del rector, Vicente Gotor, que se felicitó de la decisión de la Universidad de desalojar hace unos meses a los inquilinos.

Del edificio quedan ahora tan sólo el solar y una montaña de escombros que están siendo retirados para que las calles afectadas puedan ser abiertas el lunes al tráfico. La Comisión de Urbanismo del Ayuntamiento de Oviedo, convocada de urgencia la tarde del viernes, dictaminó la demolición de la fachada, protegida, del edificio, el único elemento que había quedado en pie tras «la rotura prácticamente total de los pilares centrales de la primera planta», según el informe del Centro de Análisis y Diseño de Estructuras (CADESA). La empresa apuntó que cabía la posibilidad de intentar estabilizar la fachada, pero finalmente se optó por derruirla por motivos de seguridad. No quedaba claro que durante los trabajos se pudiese mantener la seguridad de los operarios y se optó por la solución más segura.

Ahora la Universidad construirá un nuevo edificio y el miércoles tendrá listo el anteproyecto. La fachada se clonará, como manda la ley de Patrimonio, ya que el inmueble estaba catalogado. José Carlos Rico confirmó ayer que se hará «una copia exacta» de la fachada y para ello se utilizarán elementos, como molduras, que se han conservado durante el proceso de la demolición, así como un amplio estudio fotográfico previo al derribo.

«Fue un milagro». José Luis Fernández y otros ocho trabajadores de la empresa Construcciones Alfredo Rodríguez (CAR) sienten que han estado al borde de la muerte. Y no sólo ellos, «podía haber muerto algún viandante». A pie de obra, Fernández repite insistentemente la palabra «milagro». A las ocho de la mañana del viernes el trabajador estaba en el interior del edificio del número 19 de la calle Argüelles junto a otros compañeros. Acababan de iniciar la jornada de trabajo en la rehabilitación del inmueble. Fernández vio una grieta en una viga maestra del segundo piso del inmueble de seis plantas y minutos después comprobó que uno de los pilares de la primera planta estaba roto. De inmediato se dio cuenta de que el edificio se iba a venir abajo y alertó a sus compañeros. «Salimos corriendo a la calle y acordonamos la zona. Después llamamos a la Policía», explicó. Eran las ocho y diez de la mañana.

«Vimos que el edificio se caía e hicimos todo lo posible para que nadie sufriese daños», aseguró. Hasta ese momento, hasta que vio la grieta y el pilar roto, nada hacía sospechar que la estructura del edificio tuviese un problema tan grave. «El edificio lo veíamos bien», dice. Aunque también reconoce que «el hormigón estaba muy deteriorado por el paso de los años». Aun así nunca pensaron que pudiese ocurrir lo que sucedió cuatro horas después. «Se ha caído, que se ha caído, tío», decían dos de los obreros al filo de las doce de la mañana del viernes. José Luis Fernández vio cómo las seis plantas del edificio se venían abajo. «Paramos a la conductora que giraba con su coche desde la plaza del Carbayón porque si llega a seguir unos metros hubiese sido una tragedia», apunta el empleado de la empresa encargada de la rehabilitación.

Todo fue muy rápido «y la coordinación fue excelente», explica. El vicerrector de Infraestructuras, José Carlos Rico, apunta además que durante todos los trabajos de rehabilitación «se había tenido mucho cuidado» y que en la obra estaba permanentemente «un ingeniero de estructuras».

Ayer José Luis Fernández seguía los trabajos de retirada de los escombros a los que había quedado reducida la fachada. La noche del viernes se fabricó una gran montaña de arena frente al edificio con un doble objetivo, por un lado para que desde ella trabajasen las grandes máquinas presentes en la operación y por otro para que los cascotes que cayesen durante los trabajos no dañasen ni la acera ni el asfalto.

Mientras, muchos ovetenses y turistas tomaban fotografías con la misma sensación de que había sido un milagro.