Las raíces paternas del brigadier Lorenzo Solís hay que buscarlas en Santibáñez de Murias (Aller), en cuyo barrio del Conforco nació su progenitor, Tomás, que en 1666, con 20 años cumplidos, estaba aprendiendo el oficio de escultor con el también allerano Diego Lobo, que tenía su taller en la ovetense calle de San Pelayo (actualmente del Águila). Tomás de Solís (...) casó en 1672. En 1686 adquirió una casa en la calle del Rosal (...). Aquí nacería el futuro brigadier Solís el 9 de julio de 1693. El joven Lorenzo realizó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio de San Matías, administrado por los jesuitas. La educación que allí le imprimieron le marcó para toda la vida, pues siempre sentiría por aquellos religiosos un afecto no disimulado. En estos años de la infancia, durante el período estival, pasará largas temporadas en Aller acompañado de parientes y amigos. Hacia 1709 inicia sus estudios superiores en la Universidad Literaria. Éste había sido uno de los anhelos de su padre cuando falleció en 1702. (...) Pasado algún tiempo, y coincidiendo con la llamada Paz de Utrecht, un suceso extraordinario iba a truncar la trayectoria universitaria del joven, pues un lance de honor o fuertes contradicciones amorosas le obligaron a abandonar la ciudad. Su destino inmediato fue León, donde sentó plaza de soldado. Una vez en la milicia pronto ve en el naciente Cuerpo de Ingenieros su porvenir. Comprueba su capacidad para dedicarse a las Ciencias y solicita el traslado a Galicia, iniciando los estudios de Matemáticas en la Academia de Santiago de Compostela. Durante este tiempo que transcurre entre 1720 y 1723 adquirirá una sólida formación en aquella materia (...) que será decisiva para su carrera.

Por fin, comparece en Madrid ante la Real Junta de Fortificaciones y obtiene el grado de subteniente de infantería y la patente de «delineador», que le hacía apto para el ascenso a ingeniero extraordinario. Parece ser que durante algún tiempo trabajó como ingeniero en el canal de Castilla y en la promoción del 13 de diciembre de 1726 adquiere el grado de capitán, teniendo como destino inmediato Cataluña.

En 1733 asciende a ingeniero segundo y se integra en las tropas comandadas por el conde de Montemar, camino de Italia. Esta guerra (...) sirvió de laboratorio para probar las dotes técnicas del ingeniero asturiano (...). En 1735, participó en la conquista de los castillos de San Telmo, Castelnovo y Nápoles. Después de haber asistido a la rendición de Gaeta, regresó a Nápoles haciéndose cargo del detalle general de las obras y reparos de las fortificaciones, pasando luego a la isla de Sicilia, donde fue testigo de los asedios de Mesina y Siracusa. Desde aquí embarcó hacia la península italiana para integrase en el ejército de Lombardía (...). Al retirarse las tropas al Estado de Módena, fue designado maestre general para encargarse de las correcciones de mapas y planos.

Una vez de regreso a la metrópoli, obtuvo un destino en Mallorca, donde realizó un mapa detallado de la plaza de Alcudia y escribió un «Discurso político y económico», en el que pretendía facilitar un alivio a las paupérrimas condiciones de vida de los pueblos vecinos. A finales de 1738 es enviado a Ceuta como ingeniero comandante y cuatro años más tarde es promovido a ingeniero en jefe con el empleo de teniente coronel. Su actividad es infatigable y continúa ejecutando proyectos sin descanso (...).

Después de varios años en Andalucía, pasa en 1749 a la dirección de la provincia de Guipúzcoa con la graduación de coronel. Algunas de las obras más relevantes bajo su responsabilidad son el almacén de pólvora de Bardoca y los acondicionamientos de calas de Conde Maste y la Bursa.

Finalizando el verano de 1752 hizo la última visita a Asturias. Después de saludar a la familia de su sobrino Martín García Solís, que vivía en la casa de la calle del Rosal, se desplazó a Murias de Aller (...). Don Lorenzo Solís venía a despedirse para siempre -lo sabía muy bien- de la tierra de sus antepasados.

El recibimiento que se hizo al coronel ingeniero fue apoteósico. Una aureola de leyenda envolvía, ya por entonces, su figura de hombre curtido en mil batallas (...). Allí estaban para recibirle el juez del concejo por el estado noble, los regidores, los Fernández de la Torre y los integrantes del clero local, junto con los Solises, que eran sus raíces. En realidad, era el pueblo en pleno representado por los Trapiello, los Moro, los Robezo y los Fernández Cantarines, amén de otros vecinos llegados de lugares limítrofes que aguantaron los discursos de rigor ante un sol de justicia.

Durante el tiempo que permaneció en Murias, los más renombrados apellidos del concejo, como los Lobo y los Castañones de Nembra, los Llera de Bello y los Ordóñez del Pino desfilaron por el pueblo, honrándole con su visita y agradeciéndole sus esforzados servicios en beneficio de España, pero el 25 de noviembre recibió del marqués de la Ensenada la noticia de su ascenso a ingeniero director con el grado de brigadier y destino en Cartagena de Indias (virreinato de Nueva Granada). Partió de Cádiz el 12 de junio de 1753 a bordo del navío «San Fernando» y 40 días más tarde, es decir, el 22 de julio, arribó a la capital americana sustituyendo al coronel Mac-Evan. Nada más llegar a la ciudad diseñó un «proyecto general» con el fin de fortificar todos los puntos débiles de aquel emplazamiento, que era vital para salvaguardar los intereses económicos que tenía España en toda la zona circundante y que era punto de mira de las ambiciones de la marina inglesa (...). En el mencionado proyecto se dotaba la plaza de cuarteles y almacenes de pólvora, pertrechados todos ellos a prueba de bomba. La observación detenida de estos planos da testimonio sobrado para constatar sus conocimientos técnicos, reconocidos por la Corona, pues en octubre de 1757 fue nombrado ingeniero director de las fortificaciones de la ciudad y puerto de Veracruz.

El 2 de febrero de 1758, a bordo del navío «Tridente», llegó a aquella ciudad, fijando su residencia en el fuerte de San Juan de Ulúa, islote situado frente al puerto y que servía de defensa de aquella plaza. Desde su estudio, auténtico nido de águilas, volvió a encontrarse con los instrumentos de trabajo, después de varios meses de inactividad (...). Pronto realizó algunos proyectos como un «cuartel de infantería para seis compañías», junto al arrecife de La Caleta o el «presidio de Nuestra Señora del Carmen en la isla de Tris en Laguna de Términos». Pero ahora su labor fue obstaculizada sucesivamente por los virreyes marqués de Cruillas y Cagigal, quienes le paralizaron algunas obras. Todo ello tenía relación con el desmantelamiento por parte de Solís de alguna corruptela que estuvo a punto de consumarse cuando en el año 1759 se contrató la limpieza y dragado del puerto de Veracruz (...).

Electo mariscal de campo en la promoción de julio de 1761, don Lorenzo de Solís falleció el 16 de noviembre del mismo año después de unas semanas de enfermedad, posiblemente a causa del tifus que asoló el virreinato durante ese año y el siguiente. En su testamento, otorgado en 1759, dejaba 20.000 escudos de vellón que iban destinados a la librería de los jesuitas del Colegio de San Matías, pero que, a la postre, por diversas vicisitudes, servirían de fomento extraordinario de la Biblioteca Universitaria de Oviedo, por lo que puede considerársele como su verdadero fundador debido a la escasa importancia que tenía hasta entonces. Y una segunda manda de 12.000 escudos se dirigía a la construcción de una «escuela de primeras letras y latinidad» (conocida después popularmente como Colegiata de Murias), centro inaugurado en 1788 y que fue el precursor de los establecimientos docentes de Segunda Enseñanza en la comarca del Caudal (...).

Don Lorenzo de Solís forma, junto con el mariscal Lucuce y el marqués de Santa Cruz (don Álvaro de Navia-Osorio), la terna militar más brillante de la Ilustración asturiana, y, a pesar de haber hecho tanto por la cultura, es aún bastante desconocido. Oviedo y Aller, Aller y Oviedo siempre estuvieron en el corazón de don Lorenzo.