El fado puede «acontecer» en cualquier sitio, desde la amplia explanada de un espectáculo multitudinario y gratuito en Oporto al pequeño salón de fiesta privada en una quinta del Alentejo; desde las fiestas patronales de cualquier pueblo del soleado Algarve hasta la norteña Região do Minho. Y también viaja fuera, a Tokio, Quebec, Luanda, Sidney o Cracovia. Pero el fado tiene sus lugares más propios, más íntimos, donde se crea, se aprende, se sueña, se desea y se transmite desde hace varias generaciones. El fado vive siempre en algunos de los barrios más castizos, populares, históricos y acogedores de la ciudad blanca de Lisboa.

Palpita junto a los cais, los muelles, del Tajo, donde los barcos vienen y van; porque no hay que olvidar que «o Tejo nos faz partir y Lisboa nos faz voltar» («el Tajo nos hace partir, Lisboa nos hace volver»), como canta una letrilla de los portugueses que abandonan su adorado terruño para ir a cualquier parte del mundo, en sus barcos escoltados por las gaviotas del estuario del río, y luego también acaban por volver con su saudade a su Lisboa de siempre. El fado viaja por el mundo con el alma portuguesa.

Alcântara, Lapa, Campo Santana, Graça, Beato Poço do Bispo son barrios con casas de fado, pero es el Bairro Alto, Mouraria y, sobre todo, Alfama donde el fado tiene su casa, allí es donde Raquel Tavares cada noche revive el fado clásico, desde que a sus 5 o 6 años en las fiestas navideñas del parvulario aprendiera a cantar «Tudo isto é fado». Ahora es una fadista «residente» en la casa de fados Casa de Linhares, también llamada Bacalhau de Molho, un referente fadista de Alfama.

Y aquí llegó, a Oviedo, al Filarmónica, para acercar casi ese mismo ambiente, para decirnos que estaba conmovida al cantar aquí su primer concierto tras la nominación del fado como Patrimonio de la Humanidad y decirlo en un estupendo español con cierto acento andaluz -«de mi tía abuela que era sevillana»-. Llegó llena de salero, alegría, baile, guiños y gestos para buscar la participación y la complicidad de un público -que a pesar del Madrid-Barça- llenó otra vez el Filarmónica, aplaudió y vitoreó. Raquel Tavares trajo temas castizos y tradicionales, como el fado «Cravo», «Vitoria», «Magala», «Versículo» y otros fados canción como, por ejemplo, el precioso «Olhos garotos» o «Lisboa garrida» (éste, a petición de un ovetense de nombre Antonio). En fin, otra demostración más de que el tópico «el fado es triste» no es más que una generalización al menos inexacta. Y una demostración de que la Raquel Tavares en vivo supera muchísimo a la Raquel Tavares de sus dos CD editados.

Mención y recuerdo muy especiales se llevan también el jovencísimo -21 años- Ângelo Freire, que es un auténtico fadista con la guitarra portuguesa y que, además, canta muy bien, como demostró con un par de temas. Lo mismo hicieron Marco Oliveira, con la viola de fado y cantando la «Marcha de Marceneiro» y «O cravo do São João», y Gustavo Roriz, con la viola baixo. Los tres hicieron una brava guitarrada de inicio y unas «Variacões» antológicas en la mitad del concierto. Como detalles musicales anecdóticos, se puede citar que Raquel Tavares cantó un corrido mexicano y tocó un tema con la guitarra portuguesa.

En otro año de crisis, los amantes del fado estamos de enhorabuena, al menos en nuestra afición. A ver si seguimos y el fado vuelve a acontecer en uno u otro lugar.