A finales del siglo XVIII todas las fábricas españolas de material de guerra se localizaban cerca de la frontera con Francia. Las fábricas de municiones se encontraban en Eugui y Orbaiceta, en el norte de Navarra, y en San Sebastián de la Muga, en Gerona, mientras que las principales fábricas de fusiles se localizaban en Placencia, Éibar y Durango (Guipúzcoa y Vizcaya) y Ripoll (Gerona).

El cambio que en las relaciones con Francia supuso la Revolución Francesa hizo que el Consejo de Estado, en sesión de 18 de junio de 1792, examinara «la seguridad de las fábricas» de armas y que se estudiara la «posibilidad de establecer otra u otras» que fueran «subsistentes, seguras, abundantes y económicas en todo tiempo». La Guerra de la Convención (1793-1795) que enfrentó a España con la Francia surgida de la revolución aceleró la necesidad de buscar nuevos emplazamientos, pues tanto las fábricas de Eugui y Orbaiceta como la de San Sebastián de la Muga cayeron en poder de los franceses, y se paralizó la producción en las de fusiles.

Fue así cómo fue elegida Asturias para la ubicación de dos fábricas de armas, la de Municiones Gruesas de Trubia y la de Fusiles y Armas Ligeras de Oviedo. Con el objetivo de poner en marcha el proyecto, vino a Asturias en los primeros días de abril de 1794 el teniente coronel Ignacio Muñoz, subdirector de las fábricas de Eugui y Orbaiceta, acompañado del capitán Jerónimo Tavern. El 22 de septiembre de 1794, por una real orden se comunicaba a Jovellanos que el Rey había confiado el encargo «de las Fábricas de Municiones de Guerra y de Fusiles que ha resuelto [?] se erijan en ese Principado de Asturias» al brigadier Francisco Vallejo, teniente coronel del Real Cuerpo de Artillería, y se solicitaba del asturiano que colaborara con él «franqueándole todas las noticias que puedan ser útiles al cabal desempeño de su comisión». En octubre de ese año llegó a Oviedo Vallejo y se encargó de la dirección con el doble cometido de llevar adelante las obras en Trubia y establecer una Fábrica de Fusiles en Oviedo.

Para poner en marcha la fábrica de Oviedo, se trasladaron a la capital asturiana «dos examinadores de los que había en la Fábrica de Armas de Placencia con el número de operarios de la misma que se pueda para dar el principio a la elaboración de fusiles». Uno de ellos habría de encargarse de la compra de planchas de hierro en las ferrerías de Vizcaya para los cañones de fusil, y acero para los muelles y demás piezas de la llave. El otro se encargaría de reclutar el mayor número posible de operarios de todas clases en las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, de los que habían trabajado en la fábrica de Placencia, y suministrarles las cantidades necesarias para que pudieran hacer el viaje a Oviedo. En la capital asturiana tendrían libertad para alojarse en la propia ciudad o en los pueblos próximos, quedando libres «de gabelas, alojamientos y cargas concejiles todo el tiempo que se empleen en la construcción de fusiles para el Rey».

El primer lugar elegido para establecer la fábrica fue el antiguo Colegio de los Jesuitas en Oviedo, situado en el lateral de la iglesia (actual parroquial de San Isidoro) y donde hoy se encuentra la plaza. No pudo ser, ya que se opuso a ello el obispo, que ambicionaba ese local para destinarlo a Seminario y presionó ante el Consejo de Estado. Hubo que optar entonces por el palacio del Duque del Parque, situado en el Fontán, junto a la Casa de Comedias (actual biblioteca). El palacio se alquiló en 6.475 reales anuales y permitió su uso casi inmediato sin apenas necesidad de obras de adaptación. La planta baja se destinó a almacén de hierro, acero, carbón vegetal y otros efectos, además de la cocina, la fragua experimental y cuartos de armeros para el examen de las armas presentadas. En el piso principal se habilitaron las salas destinadas a armería, con capacidad para 3.660 fusiles, y los cuartos de examen, engrase y embalado de las armas. En el jardín del palacio se instaló un «probadero de cañones con dos fraguas para examinadores».

El trabajo lo realizaba cada maestro en su casa y a la fábrica se acudía a entregar el producto. Allí era examinado y en su caso aprobado por los maestros examinadores del Rey, «a presencia del oficial de Artillería». Así, pues, la fabricación propiamente se llevaba a cabo en varias localidades, de tal manera que la Fábrica de Fusiles de Oviedo se constituyó como un complejo industrial disperso con centro en Oviedo, en el que pronto se planteó la importancia que en el coste final tenían los gastos de transporte. En las villas de Mieres y Grado se establecieron los cañonistas, que instalaron en la villa moscona seis barrenas en molinos harineros para taladrar los cañones. En Trubia se asentaron los bayonetistas, que también aprovecharon las aguas del río Nalón para construir una máquina hidráulica de afilado y desbaste de las bayonetas. Los llaveros instalaron sus fraguas, en número de catorce, en Soto de Ribera, Puerto y Las Caldas, a orillas del Nalón y muy próximos a Oviedo. Los cajeros y fundidores de latón para guarniciones y abrazaderas se acomodaron en Noreña y en la propia ciudad de Oviedo.

Pese a todas las deficiencias que tal dispersión implicaba y la provisionalidad de algunas de las instalaciones, la Fábrica de Fusiles de Oviedo comenzó a funcionar ya en los primeros meses de 1795 y a finales de abril los llaveros ya entregaban sus primeras piezas y, poco después, a mediados de verano ya se completaban los primeros fusiles. La mano de obra procedía sobre todo de Guipúzcoa, de donde vinieron un total de 110 armeros que en febrero de 1794 ya se hallaban en Asturias. Lo hicieron acompañados de sus familias, lo que sumaba un grupo de más de 300 personas. Entre estos primeros técnicos vascos aparecen ya apellidos que aún hoy siguen presentes en Asturias, como Aguirre, Alverdi, Bascarán, Echevarría, Egocheaga, Guisasola, Larrañaga, Zuazua? Posteriormente fue aumentando su número con más armeros guipuzcoanos y vizcaínos, hasta llegar a los 300, a los que se sumaban otros 200 artesanos locales (carpinteros, carboneros, martilladores?).

Al producirse la invasión francesa, la producción de fusiles se trasladó al occidente de Asturias, aunque algunos de los maestros armeros marcharon fuera de Asturias a otras fábricas, lo que hizo que se resintiera la fabricación, que no superaba los 150 fusiles y 50 pistolas por mes. Tras la guerra la fábrica volvió a Oviedo y regresaron también los maestros armeros que se habían dispersado, alcanzándose otra vez las cifras de producción de antes de la guerra.