La Alcaldía de Oviedo conlleva tensiones y dilemas, pero también, imposible negarlo, es amena. Cuando uno está centrado en el fondo de la cancha, atendiendo a las inversiones surgidas de la magia contable, de pronto se le derrumba un trozo de colector y tiene que bajar al inframundo o le cae en la cabeza una pelota lanzada, nada menos, que por Brigitte Bardot. Y le montan una protesta por los gatos callejeros con el glamour de un lejano París que desde Oviedo parece una tierra de existencia improbable.

Agustín Iglesias Caunedo puede decir, con sólo unas semanas en la Alcaldía, que ya está pisando los faldones de la historia. Es difícil ser el primero en algo en una ciudad con más de mil años de existencia. Pues parece ser -al menos eso dijeron sobre el terreno el Alcalde y sus acompañantes- que es el primer regidor ovetense que se adentra en el territorio del subsuelo, con botas de agua hasta los muslos y mono impermeable blanco, para ver qué le pasa a un colector. Asumir el riesgo de caerse en la corriente de agua residual subterránea y aparecer en la depuradora de Villaperi, acompañado de un fotógrafo, es asumir riesgos, sin duda. Así que si hace historia, es que se lo ha currado.

Cuestión distinta es lo de Brigitte Bardot, llamada a esta película por los amantes de los gatos. Pero tampoco deja de tener su atractivo que el nombre de uno encabece un escrito firmado, nada menos, que por BB. A ver qué hace con el lío de mil gatos que se le está montando en Oviedo.

Iglesias Caunedo está capitaneando la revolución del «modelo Oviedo» de Gabino de Lorenzo. Si éste vivió gran parte de su carrera política entre obras y con un fotógrafo, Caunedo da un pasín más, y se anima a bajar a las alcantarillas. La revolución empezó por gestos pequeños, pero cada vez es más evidente el distanciamiento del patriarca. Y hay piquilla, es innegable. Porque una cosa es ir dando pasitos en solitario, y otra negar al padre, que le ha puesto a uno donde está. Los adolescentes crecen contra sus progenitores, pasan una época de cuestionar todo lo que les enseñaron. Quizá por ello algunos llamen a esta época la edad ingrata. Cuando el padre es, además, adoptivo, y no muy bien tomado, la natural tensión del crecimiento puede transformarse en ruptura. Sería lo que les faltaba.