Carolina G. MENÉNDEZ

Con una mirada puesta en la torre de la catedral y otra en la angosta y peatonal calle Mon, la colchonería Aladino (Ronderos hasta la muerte de su anterior propietario y fundador) va camino de cumplir los tres cuartos de siglo surtiendo de espumas y fibras a la ciudad. A este pequeño establecimiento que pasa desapercibido para muchos viandantes acuden clientes de toda Asturias en busca de artículos difíciles de encontrar por su especificidad. Pequeño y atiborrado de mercancía, este establecimiento es para ellos la tienda de los imposibles, y su propietario, el hacedor de los encargos más enrevesados.

No en vano, Aladino Cazón se mueve como pez en el agua confeccionando almohadones o cojines, conoce a la perfección todos los trucos para hacer cuñas, cilindros u otras formas que le encargan fisioterapeutas o personas aquejadas de alguna dolencia, cose con los ojos cerrados un muletón para una tabla de planchar, tampoco hay colchón o protector de cuna que se le resista y últimamente ha adquirido gran habilidad en la confección de colchonetas para dormir en las furgonetas y protectores para maletines dedicados a guardar y transportar objetos delicados, como armas, cámaras, aparatos de alta tecnología o simplemente piezas de cristal u otro material con riesgo de rotura. A estos trabajos añade en su currículum otras originalidades como la fabricación de unos colchones redondos para un local de alterne o una piscina de bolas para una guardería.

La espuma y la fibra están presentes en la práctica totalidad de los cometidos a los que Aladino Cazón se enfrenta cada día, materiales que maneja con soltura y con los que está familiarizado desde su infancia, ya que a la edad de 14 años comenzó a trabajar con Ángel Fernández Álvarez Ronderos, de quien aprendió el oficio que continúa ejerciendo 33 años después y del que recibió el testigo cuando falleció.

Aunque denominada colchonería, el establecimiento de Aladino Cazón en nada se parece a una tienda de colchones actual. Si bien los vende y hasta los confecciona, no es éste su producto estrella, aunque por su experiencia conoce al dedillo su historia y evolución, desde aquéllos de corcho, borra, crin de caballo, hoja de maíz o lana hasta los actuales de espuma, látex, muelles y diferentes combinaciones de materiales. Pero también sabe de almohadas, «un producto complejo porque no existe una única almohada buena, sino que la mejor es la que se adapta a cada persona», dice, sea dura, blanda, alta, baja, de espuma, bisco, látex o miraguano. La especialidad de Aladino Cazón son las espumas y las fibras, a las que da forma según las necesidades de cada cliente. En cuanto a las primeras, existen de varias densidades, cuenta, «que se reconocen por los colores utilizados en su fabricación: blanco, amarillo, azul, verde y negro». Las fibras, por su parte, sirven para hacer acolchados, protectores, edredones, cojines, almohadas y muchos de los disfraces de Carnaval. Las de mejor calidad son, según Aladino Cazón, de la firma Du Pont.

Personalizar los productos en función de las necesidades de cada cliente constituye el quehacer diario de Aladino Cazón, que además del trabajo en la tienda de la calle Mon dedica su tiempo a la Cofradía Nazareno, en cuya junta directiva es vocal, y a jugar a los bolos americanos como miembro del club Genios del Bowling.