Una actriz que conozco desde que cuánto hay ya, para rodar escenas de lágrima viva pensaba en sus esfuerzos personales, en su entrega al cine en alma y cuerpo y en sus renuncias para lograr algo, aunque fueran papeles de secundaria y de perdedora; semejante ascesis la hacía llorar más que el propio guión, que incendiaba su casa, se llevaba al infierno a su esposo y a sus dos hijos y chamuscaba al gato. De ese truco me acordé en el acto borbónico de entrega de becas de la Caixa, en Barcelona. Después de saltarse el protocolo y la advertencia de la Reina, y antes de que los músicos interpretaran una obertura para entrar en situación, el Rey, con semblante compungido, declaró que el paro de los jóvenes le quitaba el sueño alguna vez; así dijo: «Alguna vez». Y en verdad lo vi atristayáu; no sé si por culpa del paro juvenil o por ya sabemos qué.