Vélez era Oviedo; era la historia viva de Oviedo, contada con una vitalidad, con una pasión y con una narración tan concreta, tan al detalle, que sorprendía -porque siempre encontraba matices que desconocías en lo que creías conocer perfectamente- y contagiaba -porque hasta lo más sencillo parecía extraordinario narrado con su peculiar estilo-. Además, era el mejor ejemplo del espíritu ovetense: enamorado de su ciudad y de sus gentes, en ocasiones se dejaba llevar por un espíritu aceradamente crítico en las formas, pero verdaderamente entrañable en el fondo. Era -que difícil resulta conjugar el pasado- un hombre bueno y un ovetense ilustre que con su cámara reflejó, y protagonizó, buena parte de lo acontecido en esta tierra durante los últimos 60 años.

Él mejor que nadie responde a esa figura del «hablador» que en la literatura hispanoamericana ocupa el espacio vacío de la historia escrita y guarda en su memoria y en su palabra la historia real de su pueblo. Él, sin duda, podría narrar nuestra historia reciente, la impersonal y la personal, porque sus recuerdos estaban llenos de nombres, de anécdotas, de vidas que había compartido mientras se forjaba el camino que Asturias y Oviedo han recorrido desde los años 50 del pasado siglo hasta ayer mismo. Pudiendo elegir nuevos horizontes para su labor profesional, decidió quedarse en Oviedo, y Asturias salió ganando con su elección porque, a su modo, él ha sido un gran servidor de las causas de esta comunidad y de su capital a lo largo de todos estos años.

Lo vi hace escasamente dos semanas cuando me entrevistó para esa última iniciativa periodística que protagonizó, «La hora de Asturias», tras una intensa vida laboral y personal en La Nueva España. Más que una entrevista al uso, el encuentro fue una ocasión para el diálogo en el que Vélez, más Vélez que nunca, «me puso las pilas» sobre grandes y -especialmente- pequeños asuntos pendientes, como siempre, pegado a esa realidad cotidiana que para él era la verdadera y más importante historia. Y en esa conversación me pidió que Oviedo rindiera homenaje a su amigo y maestro Paco Arias de Velasco, ofendido porque hasta ahora nadie hubiera valorado «como se merece» la labor de tan insigne personaje. Me pidió una calle para Paco Arias de Velasco, y cuando le dije que me parecía muy bien, que la promoveríamos, estuve a punto de decirle que también quería hacer algo especial con él como protagonista: estudiar una fórmula para que su inmenso e importante archivo fotográfico llegará a los ovetenses y asturianos y dar su nombre a una calle como merecido homenaje a su pasión por esta ciudad. Pero, al final, preferí guardar estas ideas por temor a que, en esos momentos de su habitual entusiasmo por el prójimo, las rechazara. Ahora lamento no habérselo dicho entonces, porque estoy seguro de que para él, allá donde esté, caminante incansable de las calles de Oviedo, será un orgullo formar parte para siempre de la historia de esta ciudad.

Descanse en paz.