Ya se sabe que Oviedo tiene buena parte del callejero dedicado al santoral y San José no falta allí, porque durante mucho tiempo muchísimos ovetenses eran don José, Pepe y Pepito, nombre ahora venido a menos. San José forma parte del abigarrado caserío de lo que fue barrio de La Viña, donde estuvo la desaparecida calle de Barredo. El nombre de San José viene del siglo XVII cuando allí se edificó, por idea del arcediano Díaz de Oseja, un gran colegio en el que vivían y se educaban los niños del coro de la Catedral. El colegio se llamó de San José y por extensión la calle toda, y allí fue profesor en el siglo XIX nuestro santo fray Melchor García Sampedro.

San José se pobló mucho de gente del clero cuando el obispo don Gutierre hizo cesar la vida claustral y los curas tuvieron que vivir por su cuenta, generalmente en Canóniga -de ahí su nombre- o en San José, con el nombre que tuviera entonces. En el siglo XIX, por iniciativa de Sanz y Forés, en 1881, vinieron a Oviedo las Salesas y al principio se establecieron en un viejo edificio de la calle San José, en el que luego estuvieron, por poco tiempo, las madres Agustinas.

Desaparecido el Colegio de San José y convertido en ruina, fue ocupado por una serie de familias modestas, por lo que la crueldad popular pasó a llamar aquello el «hotel fabada». De la ruina a la destrucción, sobre su solar se edificó la actual Casa Sacerdotal, una gran obra que terminó con un tiempo en el que muchos sacerdotes mayores vivían la soledad y el abandono.

Una de las casas clásicas de la calle, de interesantísima estructura interior desaparecida, albergó durante años en sus bajos el importante taller en el que se restauró, en buena hora, la sillería de la Catedral.

San José abajo, en la desembocadura de Salsipuedes asoman, cerradas a cal y canto, algunas ventanas que ponen en evidencia el envejecimiento de aquella parte de la ciudad. Y de ahí vendrá la muerte y no habrá una resurrección porque no cabe.