Regresa el teatro a Oviedo, y con él Rafael Álvarez, o lo que es lo mismo, El Brujo, uno de los escasos actores de la escena española que gozan del privilegio de ser, por encima de textos y montajes, la verdadera estrella de cada una de sus funciones. Es decir, que cuando El Brujo llega a un teatro, la gente acude a verlo a él, ya sea recitando a San Juan de la Cruz, interpretando a Lázaro de Tormes, o simplemente hablando de su larga trayectoria sobre las tablas de los teatros. Y es que el andaluz ya es historia viva del teatro español. Formado en la Real Escuela de Arte Dramático, participó activamente en los últimos años del franquismo y durante la transición en el movimiento renovador del teatro español, en compañías como Tábano, el Teatro Experimental Independiente y el Teatro Libre de Madrid. En los 80 su aparición en la serie de televisión «Juncal», junto a Paco Rabal, en el papel de Búfalo, le dio a conocer entre el gran público. En los últimos tiempos se ha especializado en un tipo de espectáculo 100 por ciento Brujo, en el que parece moverse como pez en el agua, y donde mezcla textos propios y ajenos, con bromas y reflexiones de cosecha propia. Solo sobre el escenario, sin apenas escenografía ni atrezzo, El Brujo se siente especialmente a gusto revisitando unos clásicos, que actualiza a su manera, pese a que su castellano florido y sus maneras, deliberadamente «antiguas», parezcan indicar lo contrario.

En esta ocasión le ha tocado el turno a Shakespeare, del que, según su propia confesión, quería hacer algo diferente, por muy difícil que esto pueda resultar. En un escenario tan poco shakespeariano como unas vacaciones en el Caribe, tuvo la idea de centrarse sólo en las mujeres de sus obras, concretamente en cuatro: Rosalinda, de «Como gustéis»; Catalina, de «La fiera domada»; Beatriz, de «Mucho ruido y pocas nueces»; Julieta, tan sublime que te hace sentir culpable de albergar cualquier sentimiento de ironía (por la edad, se entiende) o de escepticismo frente a la inocente plenitud absoluta del amor romántico. Con estos cuatro personajes femeninos ha compuesto su particular homenaje al maestro británico, que, en opinión de Álvarez, «exploró la conciencia femenina a sabiendas de su mayor sabiduría, perspicacia y sentido de la realidad, frente al instinto elemental, básico y simplón del macho narcisista».