Todo viaje en avión o en transatlántico cuenta con pasajeros fatalistas que se echan atrás a última hora ante una corazonada, o llegan tarde al embarque y se quedan en tierra porque así lo quiso la providencia, o durante la travesía barruntan que no llegarán a buen puerto; pero millones de presagios así se desvanecen a diario. Urge un periodismo de investigación que recoja las manifestaciones de esos cenizos mal iluminados y tardones, para saber qué fue de ellos y cómo su aprensión frustró sus vidas, cómo les perjudicó gravemente su instinto y su canguelo, en qué socavones cayeron por echarse atrás, qué puentes levadizos se les atravesaron por tardones. De momento, un millón de valientes embarcados en «Asturias» buscamos un mundo mejor sin movernos de aquí; claro que también es posible hundirse por no despegar, con tanto iceberg a la deriva.