M. S. MARQUÉS

«Nunca podremos jurar que la frase con la que se inicia el "Quijote" es de Cervantes». Con esta duda, Francisco Rico, experto cervantista y autor de la edición más importante de la obra, no quiere cuestionar la autoría de la novela, más bien trata de subrayar el hecho de que los impresores podían leer el texto de formas distintas y de que durante la impresión los errores y los cambios eran habituales.

En ese cajón de equivocaciones y erratas entran títulos, capitulares, cambios de letras, puntuación, preliminares? en los que tiene mucho que ver no sólo el trabajo realizado en la imprenta, especialmente por cajistas y copistas, sino también los materiales que se van incorporando en cada edición. Es el caso de «la licencia y privilegio» para la publicación que se incorpora al libro una vez que se localiza.

Por estas y otras muchas aportaciones, cuatrocientos años después de su publicación, el texto del «Quijote» sigue siendo objeto de estudio para los críticos cervantinos, como quedó de manifiesto ayer con la conferencia inaugural del VIII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, ofrecida por Francisco Rico, centrada en «Los nuevos textos del Quijote». Se refiere con ello a ese porcentaje de la obra de Cervantes «que no es del autor ni responde al original».

Para fundamentar sus palabras, el profesor se sirvió de los valiosos ejemplares de imprenta que se conservan y que le han permitido comprobar que «El Quijote» «es un libro vivo», y desentrañar el sistema con el que Cervantes elaboró el texto que llegó a la imprenta. Los testimonios más tempranos que se conservan son ejemplares de 1604, 1605 y 1615. En esas ediciones ya se observan algunos cambios y esos errores se repetían sobre el texto ya impreso sin recurrir al manuscrito.

«El Quijote» es «un libro vivo, de eso no hay duda», expone Rico, y su afirmación la corroboran los nuevos textos. «El libro no es hoy el mismo que hace cincuenta años, aunque en Alemania el apego absoluto al texto de la primera edición sigue presente», lo que a su juicio es un rasgo de ignorancia.

Son numerosas las aportaciones de los estudios de las últimas décadas a la restauración del texto, tarea obligatoria para los críticos como responsables junto con el editor del contenido final. En el caso de la obra de Cervantes no se sabe con certeza cómo se llama don Quijote. Rico apunta que Alonso Quijano sale sólo al final, «un dato que nos dice que los materiales nuevos del texto pueden tener mayores o menores consecuencias para nuestra apreciación literaria».

Aunque los añadidos y los errores no cambian sustancialmente el contenido, los estudios son necesarios cuando se trata de la obra más importante de la literatura española, «el único libro que ha sido best-seller durante 400 años, el título que ha hecho reír a más personas a lo largo de los siglos». A pesar de dicha repercusión, Francisco Rico dice no haber sabido nunca por qué es tan apreciado y valioso. «En realidad, el contenido es una niñería llena de ingenio», apunta, para añadir que quizá la personalidad realmente atractiva de los protagonistas enamora a los lectores. «Es el arquetipo humano lo que ha asegurado su supervivencia durante 400 años».

Josefina Martínez, directora de la cátedra Alarcos, aprovechó la presentación para reivindicar las Humanidades en «un momento en el que nos atenaza la perversidad del poder bursátil». Para Martínez, si las Humanidades «estaban dejadas de la mano de Dios, ahora lo están mucho más» porque «las fabulosas aplicaciones a la vida diaria han conducido a postergar las Humanidades confinándolas al rincón de los trastos inútiles».

En desacuerdo con esa situación, la profesora reconoció que hace falta preparar a la juventud para las actividades utilitarias, pero «no se ha inventado ordenador más lúcido que el cerebro, capaz de cebarse por sí mismo cuando ha sido puesto en condiciones idóneas».