J. MORÁN

Ha cedido uno de los árboles más frondosos del bosque católico asturiano, el párroco por antonomasia, si no fuera porque la región ha dado sacerdotes admirables. Pero Fernando Rubio Bardón (1931-2012) poseía notas especiales. Inteligente, trabajador infatigable, vigoroso predicador y muy apreciado por sus compañeros de sacerdocio, había sido el número uno en las oposiciones a parroquia de 1960, las últimas que se celebraron en Asturias. Y al número uno, el obispo Segundo García le dio la titularidad de la parroquia número uno de la diócesis, San Juan el Real de Oviedo, conocida como la «Catedral del Ensanche» (el ensanche urbanístico, desde el casco antiguo hacia el límite de entonces, la Estación del Norte).

En aquel templo se habían casado en 1923 el comandante Francisco Franco y la ovetense Carmen Polo. Era la iglesia del «Oviedín del alma», pero cuando el joven Fernando Rubio se hizo cargo de ella, en agosto de 1961, los aguarones casi eran capaces de mordisquear los tobillos de las feligresas. Rubio restauró el templo, edificó el centro parroquial en la vecina calle de Fray Ceferino -sede de actividades como Cáritas, Teléfono de la Esperanza, Alcohólicos Anónimos, guarderías, etcétera-, y aplicó con convicción las directrices del Concilio Vaticano II: crear comunidades parroquiales. Su amistad entrañable con el entonces arzobispo Vicente Enrique y Tarancón fueron la clave de ese proceso.

En enero de 2009, Fernando Rubio dictó sus «Memorias» a LA NUEVA ESPAÑA. Unos meses, antes, el latigazo de una hemorragia estomacal le había demacrado y sus expresivos ojos resaltaban aún más en se rostro. Éstas son las mejores secuencias de aquella evocación.

l Hijo de un ex seminarista. «Nací en Villablino el 12 mayo de 1931, al mes de la proclamación de la República. Por eso llevo un poco de republicano dentro. Mi padre era maestro y había sido seminarista en Astorga. No se sintió con fuerzas para ordenarse y por eso cuando yo entré al Seminario me dijo: "Oye, Fernando, te he dado ejemplo: si no te sientes con fuerzas, antes buen seglar que mal cura". Eso nunca lo olvidaré. Mi padre llevaba la enseñanza religiosa en la escuela, y como aquello era cuenca minera cuando llega la República vienen a por él los rojos -los llamo así sin ningún rencor-, y le pegan una paliza tremenda. Pero no acaba ahí la cosa. Durante la Guerra Civil, llega la famosa Legión Cóndor (los alemanes estaban en La Virgen del Camino), y se sabía que mi padre había votado a las izquierdas, porque lo creía en conciencia. Le destituyen de empleo y sueldo, y para salir adelante, para darnos de comer, compró un carro y estuvo unos cuantos meses picando piedra en una carretera».

l Aceras llenas. «Pero el cura más famoso de toda aquella cuenca minera, don José Boto, arcipreste de Laciana, un tío que tenía unos arreos como el caballo de Santiago, se presenta en León y le dice al gobernador que o rehabilitan a aquel maestro o forma una zapatiesta en todo Laciana. Y le restituyeron. Ingresé en el Seminario de Valdediós en 1942 y al año pasé al Seminario de Oviedo. Salíamos de paseo y desde Prado Picón hasta la Estación del Norte íbamos por las dos aceras y las llenábamos. Éramos más de 300. Recibí la ordenación sacerdotal el 30 de mayo de 1954, en Covadonga, siendo obispo Lauzurica.

l Cigarrillos y memoria de elefante. «Mi primer destino fue Ribadesella, durante seis años, y di con el cura más maravilloso que se puede imaginar; ante todo, un padre. Alfonso Cobián Morillón. Cuando llegó la hora del concurso de parroquias, me dijo: "Fernando, te dejo solamente decir la misa; ni confesionario, ni nada; el resto del tiempo, a estudiar". Tenía una máquina para hacer pitillos, de los Victorero, y por la mañana temprano hacía una hilera de ellos. Iba preparando los temas: Dogma, Moral, Sagrada Escritura... Eso lo haces a esos años, con una memoria de elefante. Sacaba 16 horas de estudio al día».

l La última de la lista. «Hago el concurso. Te pedían que enviaras una lista de preferencias y San Juan la puse la última. Y no lo digo por humildad; es que no me apetecía esta parroquia. Acostumbrado a Ribadesella, a una parroquina bonita, de playa, puse en la lista Luarca, Candás, Luanco, Villaviciosa... Y ¿qué pasó? Que le dieron la vuelta a la tortilla. Don Segundo García le preguntó al secretario de tribunal cuál había sido el mejor ejercicio. "Pues mire, con mucho, el de Fernando Rubio", le dijo Ramón Platero. "Pues para él San Juan"».

l El suelo podrido. «Y la parroquia, que tenía fama entonces de ser la novia del concurso, me la encontré con que llovía dentro y el piso de la iglesia estaba podrido, con lo que salían unas ratas peludas, viejas como ellas solas, que a veces mordían a las feligresas. Histórico. Y entonces hice las primeras guarderías y el primer colegio parroquial de educación gratuita, con coeducación, y en contra de un informe oficial. Y me metí en todo eso, con gran escándalo de las beatas, que decían que yo era comunista».

l Carmen Polo, molesta. «Del nacionalcatolicismo de la época puedo contar algunas anécdotas. Venía Carmen Polo todos los años, y el párroco anterior, un bendito, don Hermógenes Lorenzo, le indicaba que se le diría la misa a la hora que ella quisiera. Vino el chófer el primer día, cuando yo estaba recién llegado: "Don Fernando, vengo a presentarme, como usted es nuevo... Mire, que llega la señora". Yo entonces le explicaba: "Mire, hay esta misa, y ésta, y ésta y ésta", pero no le ofrecía una misa en el momento que ella quisiera. Sé que aquello le sentó mal, pero, sobre todo, lo que más le molestó fue que no la pusiera en el presbiterio durante las misas. Como se había casado allí con Franco, tenía ese privilegio, pero yo preferí que me siguieran llamando comunista. Por lo de Carmen Polo no hubo represalias, pero sí hubo silencio».

l Papa y obispo para la transición. «He tenido varios obispos, pero mi obispo fue Tarancón. Creo en Dios, y creo en la jerarquía también, y respeto y sigo al obispo que tengo, pero nadie me quita mis predilectos. Mi Papa fue Pablo VI, el Pontífice más inteligente que hemos tenido. Tarancón era tan de Pablo VI, y viceversa, que gracias a ellos se comportó la Iglesia española como lo hizo durante la transición. Entre 1961 y 1963 organicé conferencias del teólogo Díez-Alegría, y de Iniesta, y de Álvarez Bolado. En el salón de actos tenía más policías que oyentes. Menos mal que tenía la suerte de que me quería mucho aquel Claudio Ramos Tejedor, el comisario, que tenía fama de duro y no lo era tanto. Claudio Ramos me respetaba y sabía cómo era yo».

l La comunidad parroquial. «Don Vicente era un hombre un poco desgarrado, y parecía aseglarado, pero después resultaba que te reventaba rezando rosarios. Una vez fui de viaje con él y me metió por el camino tres rosarios. A Tarancón le he apreciado mucho, y creo que él a mí también. Era un hombre fabuloso, sencillo. Y gracias a él se construyó el centro parroquial de la calle de Fray Ceferino, porque tuvo los arreos de pedir a Roma permiso para el crédito que necesitaba la parroquia: catorce millones. Y tuvo las agallas de que esta parroquia dejara el régimen de aranceles, que para mí era una pena, parecía que esto fuera una gasolinera: el bautizo, tanto dinero; la boda, tanto. Y gracias a Tarancón se constituye la comunidad parroquial de San Juan, la primera de Asturias. Y dio muy buen resultado. Entonces, algunos dejaron de considerarme comunista, y vieron además que el templo, una vez reformado, quedaba más bonito, y volvía a ser la "Catedral del Ensanche"».