Ch. N.

La banda ovetense «Verde Cannaia» celebró ayer el fin del ciclo de las presentaciones de su último trabajo, «Aprender a comer», con el que llevan en danza algo más de un año, con un concierto por todo lo alto en el Filarmónica.

La ocasión especial, en un empeño loable de tirar la casa por la ventana cuando las circunstancias para la música en directo y los pequeños grupos no son las mejores, hizo que los cuatro de «Verde Cannaia» -Álvaro Masó (a la guitarra y voz), Víctor Gil (en la guitarra solista), Antonio Villa (al bajo) y Gabriel Fernández (a la batería)- se crecieran con sección de metales, con coristas, con el piano de cola de Jesús Arévalo y así hasta sumar diez músicos encima del escenario.

La noche, que iba a ser registrada en audio y en vídeo con la idea de prolongar la despedida de ese «Aprender a comer» en forma de gran cita para una banda ya de gran altura, logró una respuesta efectiva por parte del público, que llenó el patio de butacas para ver el esfuerzo y derroche de energía de la banda asturiana.

En el repertorio sonaron algunas de las primeras composiciones de la banda, clásicos del repertorio «Verde Cannaia» como «Ya ves», que, en esta ocasión, mostraron una cara irreconocible al revolucionarse sobre la base de los metales de Toño, Agustín y Adriano, sumados el piano de cola, los coros de Alberto García y las percusiones de Totxono.

No faltaron los éxitos recientes, como la canción más conocida de esta última etapa, «Casi gris», también sometida a estos nuevos arreglos de gran banda capaz de meterse en camisas de tallaje extra. En el fondo, pesó lo que siempre sucede con esta banda: buena música, una base estupenda de rock'n'roll y sonidos abluesados, gusto por el arreglo, ironía y un sentirse bien. Diez.