Carlos Núñez cosechó calurosísimos aplausos incluso antes de tocar una sola nota, nada más salir al escenario, con lo que el prestigioso gaitero gallego de dilatada carrera internacional demostró, también en Oviedo, que tiene fieles seguidores allí donde pisa. A partir de ese momento casi podemos decir que lo suyo fue un paseo triunfal con un público entregado al cien por cien y, aunque algunas veces se abuse en los titulares de prensa del adjetivo apoteósico, este concierto lo fue en toda la extensión de la palabra. Lástima que sabiendo como se sabe de antemano que Núñez llena plazas de forma multitudinaria, no se abra este espectáculo a la mayor cantidad de público posible. 23 euros en butaca de patio, 18 euros en anfiteatro y, ¿porqué no se abre la sala polivalente, por ejemplo, a 6 euros? Más público y un abanico de precios a la altura de las circunstancias sociales y económicas actuales. Pienso en los más jóvenes y su maltrecha economía, la franja de edad donde un artista como Núñez tiene que tener más seguidores. O más aún, es un concierto, con Oviedo Filarmonía como soporte de auténtico lujo, para un espacio al aire libre -ya que la orquesta está amplificada y es más fácil garantizar la escucha-. El propio concejal de Cultura, entusiasmado en el descanso por la respuesta que estaba teniendo el concierto, me comentó que veía este espectáculo con la catedral al fondo. ¡Claro, querido Jorge, qué razón tienes! -un ex miembro del «Coro Universitario» al frente de la concejalía de Cultura es un motivo de satisfacción para el que esto escribe-. Este mismo concierto funcionaría a la perfección en ese escenario o en otro parecido. Una estrella internacional de la música celta -como el propio Carlos prefiere denominarla-, con una orquesta sinfónica, en este caso Oviedo Filarmonía, es una fórmula que funciona. ¿Pedir precios populares para un artista y una música populares es un boicot, o todo lo contrario? La gente que no asiste normalmente a los conciertos del Auditorio también mantiene con sus impuestos la orquesta, y conciertos así -el acierto también se debe a Marzio Conti y su dinámica personalidad que rompe moldes-, son un medio ideal para atraer público.

Musicalmente, Carlos Núñez hizo un amplio repaso por géneros, compositores y estilos. Desde una transcripción de una muy virtuosística «Muiñeira» de Sarasate, hasta música de la banda sonora de «Mar adentro» o la de «Gedo Senki» para los estudios japoneses Ghibli. Porque Núñez se mueve como pez en el agua en su abanico de flautas de pico que toca maravillosamente -como él dice, cada flauta es como una voz distinta-, o con las gaitas que, obviamente domina a la perfección. No tiene prejuicios a la hora de tocar el adagio del «Concierto de Aranjuez» con gaita, y a continuación marcarse una marcha o algunas de las obras de «The Chieftains» envuelto en un aura de estrella del rock que le gusta asumir. Cada obra -que él mismo fue presentando sobre la marcha- tuvo una calurosa ovación de respuesta. La segunda parte del concierto tuvo, además, un carácter más popular, en el que se pedía la participación del público con las palmas o se le ponía en pie y todo los asistentes -yo me estoy quitando-, unidos por los meñiques danzaban durante minutos. El final no podía ser de otra manera: apoteosis. El concierto es especial, que se sale de lo estándar, ya lo dijo Marzio Conti al comienzo. La orquesta toca amplificada y su sonido cambia. Se pierden, lógicamente, matices, pero asume un papel musicalmente diferente dentro del espectáculo, y los músicos lo entendieron a la perfección. La participación de la Banda de Gaitas «Ciudad de Oviedo», los gaiteros Guti y El Pravianu», que también aportaron su parte de seguidores, contribuyeron al éxito y, como decimos, al apoteosis. Lástima, insistimos, que quien no pueda pagar 23 ni 18 euros -pero que probablemente sí costea la programación musical ovetense con sus impuestos, próxima subida del IBI incluida- tenga que quedarse en casa o, en su defecto, tomando un par de cañas en uno de los bares «low cost» que proliferan como setas a un euro la caña.

Alguien no se quiere enterar.