Elena FERNÁNDEZ-PELLO

«Con 85 años, en mi vida hubo de todo, bueno, malo y regular». Etelvina Cuesta Valls es hija de la emigración y memoria viva de la historia, de Oviedo y de latitudes más lejanas. Su padre, Manuel Cuesta, procedía de una humilde familia de labradores de Soto de Ribera, emigró a Chile en 1894 e hizo fortuna. Regresó, sin descuidar por ello sus negocios en ultramar, y se convirtió en el propietario y promotor del Prao Picón, una urbanización que él imaginó «sencilla y privada» y en cuyo diseño contó con la colaboración del arquitecto Enrique Rodríguez Bustelo.

«Mi padre estuvo en Chile veintidós años, sin venir. Fue un pobre emigrante, empezó de pinche de tienda, dormía en el mostrador y se alimentaba de higos pasos, por eso siempre decía: la comida es sagrada, aquí no se puede dejar nada», cuenta la pequeña y última de sus seis hijos. El emprendedor emigrante «fue ahorrando y se estableció, puso una industria de corsés, con la marca Vestal» y ya entrado en años volvió a su tierra y conoció a la que sería su esposa, Margarita, «guapísima, hija de francés y andaluza». El padre de Margarita, Marius Valls, era experto en explosivos y recaló en La Manjoya. La casa familiar aún sigue en pie, tapizada de hiedra, en el cruce de Llamaoscura. Sus hermanos mayores nacieron en Chile, pero sus padres deseaban que los niños se educaran en España.

Etelvina Cuesta cree recordar que lo que hoy se conoce como Prao Picón recibía antes el nombre de Monte Alegre. En aquel lugar su padre se reservó la mejor parcela y en ella levantó una casa de tres plantas, con un jardín que «era un vergel».

«Estando yo con el servicio, empiezo a sentir tiros, corro a la habitación de costura, había dos ventanas que daban a la calle Sacramento, me asomo y veo a los regulares y a los moros corriendo agachados y con el cuchillo entre los dientes», refiere la mujer, recuperando la mirada de la infancia. Es la imagen que Etelvina Cuesta guarda de la Revolución del 34. También recuerda a Belarmino Tomás, gritando agarrado a la reja de una ventana de las Adoratrices, cuyo colegio «de niñas revoltosas» hacía las veces de prisión, y a la Pasionaria, Dolores Ibárruri. «Yo iba al Colegio Covadonga, en Gil de Jaz. La chica me llevaba por Campomanes y ella estaba en el Fontán, subida a una caja de manzanas y despotricando».

En Prao Picón sus vecinos eran los Jiménez, «él, pintor y catedrático, Joaquinito Manzanares, los Novo, Rosario Quirós, hermana del psiquiatra...».

Al estallar la Guerra Civil, los Cuesta Valls tuvieron que salir huyendo. «Yo oía a mi padre hablando con mi madre: Margarita, esto se está poniendo muy feo, vamos a tener que marchar». No lograron salir del país y la contienda dividió a la familia. En 1936, con Oviedo cercado, la madre aprovechó el corredor abierto por los nacionales hasta Galicia y se refugió en Lugo, con un niño que la familia había recogido -Cuqui-, la modista Mercedes Llana y su hijo, Juan, que al paso de los años, comenta, se convirtió en uno de los hombres de confianza de los Masaveu.

El padre de Etelvina salió hacia Gijón, con los tres hijos mayores, y el resto fue a Soto de Ribera, con la abuela paterna. La mujer cree recordar que el crucero «Almirante Cervera» bombardeaba Gijón cuando su padre salió hacia Colunga. Acabó en Lastres. «Los tres pequeños seguíamos en casa de mi abuela, que era una aldeanina pequeñina y con mucho coraje».

A mitad de la guerra, la madre de Etelvina tuvo que regresar a Asturias para interceder por su esposo, al que habían denunciado. «Mi padre era apolítico. Concebía la vida teniendo a sus hijos bien comidos y vestidos, pero tenía mucho dinero, "Pancina de oro" lo llamaban en Oviedo». La mediación de unos familiares, que batallaban en el bando nacional, le salvó la vida. No fue la única vez que vio la muerte cerca. En Lastres lo detuvieron y lo subieron a un camión. De camino al paredón una mujer lo reconoció, era la hermana de los «Pioyos», dos ebanistas que habían trabajado para él. «¿Pero sabéis la de trabajo que ha dado este hombre? Bajadlo inmediatamente», les increpó y, según cuenta Etelvina, la obedecieron.

La familia Cuesta Valls se echó muchas amarguras a la espalda en aquellos años, como cuando el Banco Herrero, donde había ingresado su fortuna, se le echó encima ejecutando avales. O el regreso al Prao Picón, con la casa familiar destruida. «Sólo quedaba la planta baja. Se vendió a la mujer de Castelao, el ingeniero».

Etelvina Cuesta completó su formación en las Esclavas y luego en las Irlandesas, en Velázquez 119, en Madrid, dirección que recuerda con exactitud a pesar de los muchos años transcurridos. Con ellas estudió la carrera de piano. «En Castilleja de la Cuesta se había educado la madre de don Juan Carlos. En el salón había una foto de ella con sus hijos y las monjas decían que don Juan no podía ser rey porque a su mujer le metía las fulanas en casa, y es que ella seguía visitándolas y les lloraba», relata.

La familia retornó a Chile en el 47, en buena medida intentando truncar los amoríos de uno de los hermanos con una muchacha que no era del gusto de sus progenitores. «En barco llegamos a Buenos Aires. En España el pan era negro y ver aquel pan que comían allí, tan blanco y tan riquísimo. Era una maravilla de ciudad. Cogimos el tren, atravesamos los Andes y llegamos a Santiago», continúa la narración. Allí Etelvina Cuesta asistía a las subastas con su madre y frecuentaba los bailes y las fiestas del Círculo Español. En los veraneos coincidían con Salvador Allende. «Él siempre estaba en el porche de su casa, con su "blazer" azul marino y su pañuelo de seda azul y blanco. Era un tipo repelente», dice. La mujer cita a presidentes que le antecedieron: González Videla, Jorge Alessandri... y les dedica elogios. «Llegó este chiflado, que era marxista leninista, y destrozó Chile», se lamenta.

Etelvina habla de la inseguridad, de los «cogoteros» que campaban a sus anchas, de las huelgas en las fábricas y de las caceroladas para pedir comida. «El golpe se veía venir porque la gente no tenía qué comer y eso que dicen que a él lo mataron; mentira. El tenía una amiga que llamaban la Payita. Un día pongo la tele y veo a la Payita, que se había exiliado en Francia, y decía: Yo estuve con Allende hasta el último momento, me marché porque él insistió. Se suicidó».

La familia Cuesta Valls había emprendido el regreso a España mucho antes de que los militares se apoderasen del Gobierno chileno. «Mi hermano Pepe Luis nos trajo en coche, atravesando la Pampa, viajando toda la noche, con un calor terrible. Llegamos a Buenos Aires y mi hermana Carmen me dijo: Pero, ¿tú has visto esto? Era una ruina de ciudad, llena de capillitas con la efigie de Eva Perón, y sólo habían pasado siete años desde que habíamos pasado a la ida, de camino a Chile».

Etelvina, que nunca se casó, dio por terminadas sus idas y venidas transatlánticas, salvo para visitar a los amigos y los parientes que habían quedado al otro lado. Tras una breve estancia en Mieres, se instaló en Oviedo, en un edificio construido por su padre en la calle Mendizábal.

«Los únicos vicios que he tenido fueron viajar y el chocolate», y satisfaciéndolos recorrió la India, Vietnam, Camboya, Bali, Yemen, Siria, Jordania... Etelvina Cuesta Valls, la hija pequeña del promotor de Prao Picón, sobrevivió a todos sus hermanos y vela su memoria con una lucidez que el tiempo ha respetado.