Si Cervantes perdió el brazo izquierdo en sus luchas contra los turcos, la prestigiosa librería ovetense de igual nombre ha perdido su brazo derecho con la jubilación de Andrés Muslera.

Más de medio siglo trabajando en la librería le harían merecedor de la medalla del Mérito al Trabajo, si no fuera porque el bueno de Andrés siempre ha mantenido una discretísima -pero eficiente labor- lejos del cortejo de las instancias oficiales. Siempre en la librería, con el único paréntesis de un breve curso académico en Madrid, durante aquel lejano año 72, en la Escuela de Librería de la Biblioteca Nacional, donde el joven Andrés perfeccionó sus conocimientos. La paradoja es que a esa institución podría retornar como profesor emérito forjado en la Universidad de la experiencia.

Cualquier día laborable, a cualquier hora, era fácil tropezarse con Andrés entre libros. El paso del tiempo y trabajar de pie le han dejado de recuerdo una artrosis que lleva con mucha fortaleza. Toda la Librería en la cabeza: obras, autores, editores, distribuidores y, sobre todo, los clientes. Nos conocía por el nombre de pila y nos brindaba su afable protocolo de presentación consistente en un saludo festivo acompañado de sonrisa y mano tendida. Servicial y sencillo como sus propias aficiones: su gran colección de marcalibros, de bolígrafos o hasta de posavasos. Aunque más bien coleccionaba clientes y amigos.

¿Querías saber las novedades? Ahí te las indicaba y comentaba. ¿Necesitabas un editor o distribuidor? Te lo sugería sin titubear e incluso se ofrecía a intermediar personalmente. ¿Tras la pesquisa de un ejemplar nuevo o extraño? Tranquilo, que Andrés te daría respuesta más pronto que tarde. ¿Manía de pedir libros a prueba y la debilidad de no comprarlos? Paciencia a raudales. ¿Presentación de un nuevo libro? Allí estaría Andrés puntual y con los ejemplares para venderlos a pie de obra. ¿Necesitabas mirar calmosamente libros y estanterías? Andrés te brindaba ante sus compañeros el mejor título y salvoconducto para pasear por todo el establecimiento: «Como eres de la casa, tómate tu tiempo y pídenos lo que necesites». Tan feliz era en su trabajo que, con el paso de los años, no sólo los clientes se hicieron sus amigos; también los hijos de los clientes se fueron incorporando a su amplia y selecta agenda.

Cuando apareció internet, la librería tuvo una precisa visión del futuro y hoy Cervantes es uno de los grandes vendedores de la red global, que ahora pasa a la reserva a uno de sus mejores embajadores.

Posiblemente, si Andrés hubiera dedicado su sacerdocio laboral a la famosa librería londinense Foyles (con cincuenta kilómetros de estanterías repletas de libros) la misma reina le concedería a su jubilación un castillo en Escocia, un título honorífico y una pensión vitalicia. Dado que Andrés ya cuenta con su castillo en Teverga y que el carácter vitalicio de las pensiones es incierto con la que está cayendo, los cientos de miles de lectores que hemos recibido sus atenciones debemos reconocerle su generosidad y legado a nuestra generación.

Ha sido un buen librero, pues supo captar los intereses del público que acudía a la librería y también sugerir e incitar al cliente con algún nuevo título. Con grandes dosis de paciencia y sentido del humor ha dejado huella en los clientes.

Le deseamos una jubilación tan fructífera como su etapa laboral.