P. G. P.

«La vida empezó con los volcanes y sigue gracias a ellos». Para Joan Martí Molist, vulcanólogo del CSIC, no hay dudas de esta afirmación. Por eso entiende que grandes entidades de población se hayan instalado a lo largo de la historia en los alrededores de zonas volcánicas. «Son lugares muy fértiles y ricos», dijo Molist, que aclaró que «la gente prefiere vivir en la falda de un volcán porque prefiere tener para comer todos los días que tener que buscarse una vida incierta en otras zonas». De ahí tragedias como la que sacudió a Colombia en 1985 con la erupción del Nevado del Ruiz, que segó la vida de 23.000 personas e hirió a otras 5.000 «en cuatro minutos».

Molist descubrió que hoy en día «hay indicios de que en los Andes se está formando» una gran cámara magmática, que es uno de los pasos previos para una erupción. Un extremo por lo que algunos sitúan en esta zona la posibilidad de que se produzca una de las grandes erupciones que periódicamente sacuden el planeta. «Estas grandes erupciones se producen cada 100.000 años», tranquilizó Molist al público asistente a su conferencia.

Pero alrededor de los volcanes no todo son desgracias y errores en la gestión de los políticos. Molist señaló a los volcanes como las «grandes herramientas» que permiten «conocer cómo es el interior de nuestro planeta» en lo que calificó de «un viaje del exterior al interior» siguiendo el camino marcado por el magma. «Gracias a los volcanes estamos refinando el conocimiento que tenemos de nuestro planeta», apuntó. Porque para conocer un volcán no es posible, como soñó Julio Verne en «Viaje al centro de la Tierra», adentrarse en su interior miles y miles de kilómetros, por lo que hay que esperar a ver lo que expulsa para conocer algo más de «un proceso geológico muy largo que puede durar millones de años» del que la erupción sólo es su última fase.