Javier NEIRA

El silencio de los armeros fue ayer más hondo que nunca. La procesión que todas las primaveras sale del templo parroquial de la Corte, promovida por la Cofradía del Silencio, no pudo hacer su estación de penitencia por el pertinaz orbayu. Era la primera vez que iba a procesionar tras el cierre de la Fábrica de Armas, que estuvo en su origen y con la que siempre ha mantenido una estrecha vinculación. Una doble desolación.

De todos modos, no hubo sorpresas. Durante toda la jornada había estado lloviendo. La salida estaba anunciada para las ocho y media de la tarde. Con puntualidad, los que pujan bajo el paso de la Virgen Santísima de la Amargura alzaron el conjunto y lo bailaron durante unos minutos. Estaban escoltados por números de la Guardia Civil. El abad de la cofradía, Jacinto Rama, anunció por los altavoces del templo que seguía lloviendo, así que iban a esperar unos veinte minutos para ver si escampaba.

Los costaleros del paso de la Santa Cruz imitaron a sus hermanos, acompañados por una escuadra de la Policía Local. Y después, lo mismo con el paso del Santo Cristo Flagelado, flanqueado por la Policía Nacional. Una hermosa talla que en esta ocasión no pudo recorrer las calles del Oviedo antiguo.

El ambiente en el interior de la iglesia era de desolación resignada porque se veía venir. José Ángel Fernández Areces, encargado de procesionar con la cruz de guía, comentaba la actividad febril de estos últimos días cargando con los pasos desde una nave de Almacenes Industriales donde las custodian. Sale en procesión desde 2005. Otros años era bracero bajo un paso. «Las cosas se ven distintas desde ahí», indica. El abad Jacinto Rama da instrucciones. Forma parte de la cofradía desde que se refundó hace catorce años y lleva tres al frente. «Siento una mezcla de pasión, entrega y rabia al no poder salir. El silencio nos da la puntilla, es el momento más íntimo. Se hace voto de silencio y a partir de ahí empieza a funcionar interiormente».

Frustración y oración. La hermana Alicia, de la vecina comunidad de María Inmaculada -y cofrade del Silencio-, lee el sermón de la montaña. Es, asimismo, la secretaria de la diócesis para la emigración.

El templo de Santa María La Real de la Corte acaba de remodelarse con acierto. A los pies del altar mayor, la sepultura del padre Feijoo. En el coro, el mejor órgano de Asturias, que ha sido recientemente restaurado.

La cofradía cuenta con 230 hermanos. Iban a procesionar del orden de 300 penitentes, ya que contaban con 75 efectivos de la Banda de Cornetas y Tambores de la Real Cofradía del Santísimo Sacramento de Minerva y la Santa Vera Cruz de León. Curiosamente, la cofradía acaba de perder a los 34 miembros de su banda, todos muy jóvenes, que salen en otras procesiones de Oviedo, Gijón y León. El sentimiento de hermandad no libra necesariamente de los conflictos.

José Ramón Garcés, párroco de la Corte, consiliario de la cofradía y ecónomo de la diócesis, analiza el sentido de la procesión en los minutos de zozobra. «Se trata de salir a la calle en silencio, en un clima de oración. La lectura de las "Bienaventuranzas" es un gesto de solidaridad con tantos silencios como hay por el mundo».

Guillermo García tiene 19 años, estudia segundo de Derecho, es ya un veterano de la cofradía y espera resignado que se confirme la suspensión de la procesión. «Siempre me hizo ilusión desde niño; mi abuelo fue de los que refundaron el Nazareno. Y soy católico y eso cuenta también».

La banda leonesa tocó dos marchas, rezaron unas avemarías, apenas ensayaron una miniprocesión por el interior y antes de las diez todo había acabado.