Jesús celebró la cena pascual como toda familia judía, para Él, la última. Fue en el monte Sión, intramuros, en el extremo sureste de Jerusalén, la parte más antigua, llamada «ciudad de David», por conquistarla éste a los jebuseos. Una cena en la «sala superior, grande, con almohadones», según Marcos (14, 15) y Lucas (22, 12). Una casa noble, pues eran las que tenían estancias superiores; quizá la del mismo Marcos. Yo estuve en esa casa o, mejor dicho, en ese lugar, en la reconstrucción medieval que en el siglo XIV llevaron a cabo los franciscanos; visité ese espacio superior en que se celebró la última cena, la única misa verdadera. Ahí subsiste, tras muchas destrucciones, un capitel de piedra que reproduce la hembra del pelícano, ave que cuando no encuentra alimento nutre a las crías con su propia sangre. Del cáliz mana nuestro subsidio moral.