Si la vida no se burla de nosotros, la verdad es que lo parece. El director del Banco Central de Chipre se llama Panicos. Venía con este nombre desde la pila bautismal y, sin que nadie se escamara por ese explícito destino, logró encaramarse a su alto puesto ejecutivo hasta protagonizar el pánico bancario en Europa. ¿Es justicia poética que el mayor banquero del país se llame Botín? No sólo nos toman el pelo los políticos con sus dietas de kilometraje.

El caso de Chipre y su «quita» a los ahorradores, al margen de otros análisis, pone de relieve la doble moral económica que impera en nuestro mundo. Nos acostumbramos a denunciar la doble moral sexual que dominó los últimos siglos, según la cual los hombres tenían derecho a echar una cana al aire, pero en el caso de la mujer, o era fiel esposa, o era puta. Vivimos un tiempo similar, pero esta doble moral anida ahora en el bolsillo.

Si usted se queda con una parte del dinero de otro, le acusarán de robo. Y lo dirán así, con todas las letras, ante el tribunal que lo juzgue: ha violado el principio incuestionable de la propiedad privada y, por tanto, es usted un ladrón. Dando un paso más allá: si no es capaz de pagar sus deudas, debe enfrentarse al reproche social y a los intereses que conlleva. «¡Paga, moroso!», le pueden escribir con spray en la fachada de su negocio. Le pueden freír a llamadas a las cinco de la mañana acusándole de faltar a los principios básicos de la Humanidad, y amenazarle con todas las desgracias que reserva la legislación para los malos pagadores. También podía seguirle a todos los lados un señor vestido de frac, con un sombrero de copa y un maletín, para sacarle los colores ante los padres del colegio de sus hijos, dando pie a sabrosos comentarios para amenizar el café y a miradas de pena sobre los niños afectados por la deuda.

Pero si es el banco el que se queda con parte de su dinero, lo llamarán «quita». No ha robado, no ha violado ningún principio sagrado del Estado. Ha hecho una «quita», quizás un error táctico, pero nada que conlleve el cerrado reproche social reservado al ladrón. Del mismo modo, la Administración pública puede llevar a la quiebra a multitud de empresas pequeñas, pero si cierran, las morosas son ellas. O puede decidir unilateralmente hacer una «quita» sobre el sueldo de los funcionarios afanándoles la paga extra, a la que llamará, con gran inteligencia verbal, un «sobresueldo». Sin duda, en tiempos de crisis está bien quitarles sobresueldos a los funcionarios, esos privilegiados, aunque ese dinero estuviera incluido en el sueldo anual pactado para su puesto.

Los tiempos han cambiado tanto, en tan poco tiempo, que hemos pasado de cobrador del frac, acosador amparado por la ley -supongo, nunca vi a ninguno detenido entre dos guardias civiles- a los «escraches» de los desahuciados. Son éstos los que ahora señalan con el dedo a los políticos, los acompañan hasta el domicilio privado, llevan hasta la puerta de casa el reproche social que, a la mayor parte de nosotros, nos despiertan los desahucios.

Del mismo modo ha cambiado la cultura del dinero en el Ayuntamiento de Oviedo. Hemos pasado del «será por perres» al «a mí no me cuelgues competencias de otras administraciones». Si en los años dorados, por llamarlos de algún modo, nos dedicamos a pagar rondas, ahora guardamos celosamente la cartera, y nos molesta que nos pidan que nos alarguemos un poco.

El último Pleno del Ayuntamiento, con desalojo policial de un vecino incluido, versó sobre quién paga y quién debe pagar. El alcalde, Agustín Iglesias Caunedo, es un firme defensor de que no les cuelguen competencias impropias a los impuestos de los ovetenses, y señala con el dedo al Gobierno regional, que silba haciéndose el despistado. Foro va y viene, en el baile de la «Yenka», según acuñó el socialista Alfredo Carreño y asumieron con alegría los foristas. Para el comedor del Colegio Guillén Lafuerza, los de Foro dicen que lo pague el Principado, pero para el campo de rugby, que afore también el Ayuntamiento. PSOE e IU, por su parte, consideran que si hay dinero para pagar el pufo de Cinturón Verde, si se tiró de chequera en los años noventa para hacer las gradas del campo de rugby, no es momento de ponerse a pedirle a nadie nada. Hágase y punto. «Cuando falta el panchón, todos riñen y tienen razón», que diría Reinares.