Hablar de «Forma Antiqva» en Oviedo como una de las agrupaciones musicales con mayor proyección internacional y de futuro de nuestra región es «llover sobre mojado». Y no me refiero a la invernal tarde que el martes quiso rubricar las «estaciones» del escenario. A las pruebas me remito: desde que en 1999 Aarón Zapico fundara la agrupación de música barroca con sus hermanos Pablo y Daniel, el joven clavecinista y director parece mantener un idilio de amor con la crítica y el público. La grabación de «Las cuatro estaciones» de A. Vivaldi junto al violinista A. Hevia en 2011 viene a corroborar lo dicho y, aún más, la única receta válida frente a una crisis es pensar en futuro sin olvidar el presente, o lo que en otros ámbitos ha venido a llamarse I+D+i (Investigación, desarrollo e innovación).

En poco más de una hora, sin descanso, Aarón Zapico desgranó el resultado de una meticulosa investigación musicológica sobre las partituras de Telemann y Vivaldi, innovando en la estética y dando a conocer una vez más el desarrollo profesional de los músicos de nuestra región. Los «Concerto Polonoise» TWV 43:G7 y «Concerto Polonoise» TWV 43:B3 de G. P. Telemann, que enmarcaron la «Symphoni» RV 111a de A. Vivaldi en el primer bloque, fueron el pretexto idóneo para un sutil despliegue del concepto barroco de «contraste». Zapico resolvió enfatizar los pasajes rápidos rubricando el lirismo de los lentos e incidiendo en la percepción grandilocuente del lenguaje musical francés de la época, que Telemann fusiona con el alemán.

Cuando en un concierto aparecen programadas «Las cuatro estaciones» de A. Vivaldi, el peligro de los «top ventas» hace surgir la duda, cuando menos, en el archivo sonoro de nuestra memoria. Algo parecido debió surcar la imaginación de algún miembro del público que abandonó la sala antes de comenzar el segundo bloque. Un error. La memoria traiciona y como diría Goya «el sueño de la razón produce monstruos». El derroche de madurez interpretativa que «Forma Antiqva», junto al violinista A. Hevia, desplegó en los conciertos de Vivaldi quedará grabado como referencia en la memoria del público. Dinámicas absorbentes, silencios expectantes, un fraseo lleno de sorpresas y la búsqueda intencionada de efectos tímbricos que rompió fronteras estéticas y espacio-temporales. ¿Hubiéramos asistido a tal despliegue de virtuosismo y ensoñación de la naturaleza sin la experimentación tímbrica de compositores como O. Messiaen y su estudio sobre el canto de los pájaros? El «Largo» del «Invierno», repetido como propina, inusualmente ágil, aún resonaba, a la salida del concierto, en el reflejo de la lluvia.