Siguiendo el símil paulino de que los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo; podría decirse, igualmente, que la ciudad es una, aunque tiene muchos barrios, y todos constituyen una sola ciudad. No podríamos entender ni ocuparnos ni preocuparnos de Oviedo sin ellos y sin su zona rural, tan extensa y rica en paisaje y paisanaje. Imposible. Me parece, por ello, oportuno dirigir la mirada sobre esa zona tan intrínsecamente ovetense: los barrios de Oviedo; o al menos, a algunos de ellos.

Y, cómo no, voy a empezar por el barrio en el que nací y crecí feliz: Vallobín.

La búsqueda de datos sobre los orígenes del Vallobín no resulta fácil, pues son escasos. El topónimo aparece ya en documentos de los siglos XIII y XIV. Así, en el «Cuaderno de la pesquisa de las heredades realengas del concejo de Oviedo en el alfoz de Nora a Nora, 1289-1317» leemos: «Tres tierras que iazen en Vallobín que son del conçello entregamentre e que las tien Sancho Garçia del tenedor de la tierra de Nora a Nora». Saltando al siglo XVIII, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, hecho en 1752, se citan «las erías de Vallobín».

En cuanto al origen del nombre, habría que remontarse a las cacerías de lobos o monterías que se realizaban en el concejo. Tomemos como fuente un trabajo de don José Ramón Tolivar Faes, publicado por el RIDEA en 1963, sobre el Pozobal, lugar situado en la actual zona de Concinos -topónimo encontrado también en otros lugares de Asturias-, donde hubo un lavadero hasta 1962. Tolivar asegura que ése era el punto final de las monterías que, en siglos pasados, organizaban los ovetenses. El nombre provendría de las palabras latinas «puteum lupale» (pozo lobal); y si la sílaba «lo» fue suprimida, quedando sólo la terminación «bal», pudo ser debido a la longitud de la expresión y a la situación intertónica. De la misma manera se habría formado el topónimo «Vallobal» de Piloña y el de «Ballobín», actualmente Vallobín, que vendría a significar «valle de lobos» o «valle del lobín». El filólogo García Arias cree que más bien guarda relación con el nombre de un posesor, Lupinus.

El barrio fue de corte eminentemente rural hasta que en 1947 empezó a crecer de forma significativa, debido a la creación del Sanatorio Antituberculoso y la construcción de los bloques de viviendas de la Renfe, cerca de los antiguos depósitos de máquinas, lo que indudablemente supuso un acicate para el posterior desarrollo del barrio.

A finales de los años setenta, con el asfaltado de las calles y la instalación de iluminación, viejas reivindicaciones del barrio, comenzó la expansión hacia la zona de las calles de Padre Aller y Vázquez de Mella y más tarde, en los años ochenta, hacia La Florida, lo que trajo como consecuencia el que se fuera perdiendo la esencia de convivencia cercana.

Hubo un tiempo en el que las calles ni nombre tenían; Vázquez de Mella era la primera travesía de Ramiro I o avenida del Sanatorio; Francisco Cambó era la calle D-6 o Víctor Hevia, la C-8. Fue el 14 de noviembre de 1963 cuando el Ayuntamiento decidió bautizar con el nombre actual las calles de Antonio Maura, Maximiliano Arboleya, Vázquez de Mella, Víctor Hevia, Francisco Cambó, Mariscal Solís, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset y Escultor Folgueras. Y el 28 de febrero de 1969 recibieron su nombre las de Escultor Laviada, Padre Aller, Arquitecto Tioda y Francisco Reiter.

Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, ni de ningún huerto claro donde madure ningún limonero; son recuerdos de calles de barro en invierno y polvo en verano. Calles de oscuridad, porque ni luz había, pero también de gente sencilla, cercana, alegre y solidaria. De un barrio que me ayudó a ser y crecer.