Tejados con obuses sin estallar, paredes agujereadas por ráfagas de ametralladora e impactos de metralla, solitarios impactos de fusil, edificios destrozados por el fuego o estructuras de hormigón para piezas de artillería. Éstas son algunas de las huellas repartidas por la ciudad que sirven para recordar que hace casi ochenta años Oviedo fue un campo de batalla, primero durante la Revolución de Octubre de 1934 y luego durante el asedio que vivió la ciudad durante la Guerra Civil.

«Es increíble la cantidad de balazos que hay. Te encuentras tiros en los sitios más raros». Lo dice el historiador local Emilio Campos, que es capaz de recitar de carrerilla muchos de los lugares que aún conservan vestigios de los enfrentamientos._Aunque reconoce que en bastantes casos no se puede discernir si los destrozos pertenecen a lo ocurrido en el 34 o durante la guerra.

Campos resalta, sobre todo, los impactos que aún se conservan en una de las puerta de la Catedral. Allí, durante la Revolución de Octubre, se atrincheraron guardias de asalto e instalaron una ametralladora para evitar que el templo fuera tomado por los milicianos. Y es que la Catedral se convirtió en un puesto estratégico. «Colocaron a expertos tiradores que llegaron a matar a varios servidores de una pieza de artillería que estaba en la calle Santa Susana», relata Campos. De ahí que los milicianos centrasen parte de sus esfuerzos en acabar con el puesto._Los revolucionarios intentaron asaltar la Catedral a través del tránsito de Santa Bárbara pero se encontraron con la ametralladora colocada en la puerta de la Catedral._«Tuvieron tantas bajas», apunta Campos, «que acabaron llamándolo "el callejón de la muerte"». En pleno debate sobre lo sucedido en el Congreso de los Diputados, donde las obras de rehabilitación del edificio han tapado, a pesar de la prohibición de hacerlo, varios de los agujeros de bala que recuerdan el fallido intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, se impone la pregunta de si ha llegado la hora de que Oviedo tape las huellas de aquellos combates.

Campos no es partidario de hacerlo. «Deberían conservarse si hubiera serenidad y un cierto grado de comprensión de la situación que se vivió entonces», dice. En cambio, el deán de la Catedral,_Benito Gallego, opina todo lo contrario. Quizá el templo ovetense sea el que más «recuerdos» mantiene de aquellos combates. «Mi intención es que todo se arreglara», reconoce Gallego ya que es partidario de que «no haya muchos recuerdos de cosas que nos hagan rememorar que hubo un tiempo en el que unos hermanos mataron a otros y que el odio triunfó en nuestra sociedad»._y añade: «Otra cosa es que la historia se encargue de recoger lo que ocurrió para que no vuelva repetirse».

Para el geógrafo trubieco y experto en cuestiones militares de la Guerra Civil, Manuel Antonio Huerta, más que los balazos habría conservar «las construcciones relacionadas con la contienda». Huerta ha catalogado unos 550 nidos de ametralladora, puestos de artillería, refugios, galerías de tiradores y casamatas en toda Asturias._De ellas 190 están en Oviedo lo que convierte a la ciudad en el concejo de Asturias con más restos de este tipo. «Casi todos están en los alrededores de la ciudad._Dentro de la ciudad no queda prácticamente nada», explica.

De vuelta a los balazos en el casco urbano, Artemio Mortera, presidente de Asociación para la Recuperación de la Arquitectura Militar Asturiana (ARAMA) destaca los proyectiles sin estallar que pueden verse en las fachadas de la iglesia de San Juan y de San Pedro de los Arcos. «No estallaron porque o no tenían espoleta, o porque la espoleta falló», analiza. Para Mortera una de las explicaciones de estos vestigios puede encontrarse en que durante la Revolución de Octubre de 1934 los milicianos se hicieron con varios cañones almacenados en la Fábrica de Armas de Trubia. «El problema es que en la fábrica los obuses se probaban sin carga explosiva», cuenta Mortera. De esta forma muchos de los proyectiles eran disparados pero no llegan a estallar. El presidente de ARAMA cuenta que los milicianos intentaron buscar una solución: cargar con proyectiles con cartuchos de dinamita. «Esto lo hicieron con un cañón de 155 milímetros que instalaron en la falda del Naranco._Hicieron unos cuantos disparos, pero en un momento el cañón falló y el proyectil explotó dentro destrozando la pieza», sentencia.

Una anécdota que se suma a la larga historia de bélica de una ciudad cuyo callejero se mantiene cosido a balazos casi ocho décadas después.