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El Otero

El paseo de los Álamos

Historia de una de las arterias que riegan la vida de Oviedo

El paseo de los Álamos

Si las calles pudieran hablar... bueno, hablar, hablan; quizá habría que decir que si en este mundo de prisas y alocadas carreras a ninguna parte nos parásemos de vez en cuando a escuchar, seguro que hasta a las piedras escucharíamos, porque todas tienen una historia que contar, y, especialmente, las que están ahí desde tiempo ha, dejando que generaciones de ovetenses se paseen ante o sobre ellas, siendo testigos mudos de confidencias amorosas, conversaciones triviales, discusiones acaloradas, preocupaciones mil, o, simplemente, paseos en espera de que el tiempo cumpla con su obligación y nuestro destino.

Y el paseo de los Álamos es una de esas arterias principales que han irrigado la vida de la ciudad durante tiempo.

Lo mencionaba hace pocas semanas al escribir sobre la notable obra de Antonio Suárez en Oviedo, y, dado que es una de las más relevantes, me parece oportuno hacerle un guiño especial.

Recordemos, para empezar, que, en 1874, se abre la calle Uría, y que el Campo estaba en el medio, así que a la par que la calle, se traza un bulevar en el que se plantan tres hileras de álamos que son los que dan nombre en un principio el paseo.

En 1925 se ejecuta una primera reforma en la que la fila intermedia de árboles pasa a mejor vida, no sin polémica. El periódico "El Carbayón" del 27 de noviembre de 1921 ya recogía el "disparatado propósito de derribar los álamos, que con singular torpeza se recogió en nuestro Ayuntamiento. El derribo de árboles y árboles que por su tradición y gallardía han dado nombre a nuestro más popular y clásico paseo, es desafección impropia de los que se precian de amar a Oviedo, de sentir por Oviedo sincero y hondo cariño". Ahí queda eso. Por cierto, otro día hablaremos de la sustancial pérdida de masa forestal del Campo. Tras la reforma toma el nombre de paseo del Príncipe Alfonso. Tampoco este nombre duraría mucho. Con la llegada de la República, y por acuerdo de 12 de diciembre de 1931, el paseo toma el nombre de Pablo Iglesias. Siete años más tarde, en medio de una guerra incivil, el pleno del 31 de marzo de 1938, acuerda darle el nombre del fundador de Falange y pasa a llamarse paseo de José Antonio. Como reflejo de los cambios sociales y políticos, los nombres mudan y se adaptan, así que con la llegada de la democracia, "Deo gratias", por acuerdo plenario del 29 de junio de 1977, el paseo recupera su nombre primigenio.

En cuanto al pavimento actual, hay que remontarse a mayo de 1965 para encontrar el proyecto de pavimentación que redacta el entonces arquitecto municipal Florencio Muñiz Uribe. La reforma del paseo, como recoge Ana Gago en su magnífico libro "El arte de Antonio Suárez aplicado a la arquitectura", se basaba en un diseño formado por setenta y dos zonas rectangulares blancas, realizadas con losetas. Al quedar desierta la subasta para la ejecución de las obras, se redacta un nuevo plan en el que se sustituyen las losetas por pavimento portugués. Tras la adjudicación de las obras, comienzan los trabajos el 24 de noviembre. En enero de 1966 la alcaldía decidió mejorar la superficie blanca de mármol, encomendando, por medio del arquitecto municipal, a Antonio Suárez el trazado de una solución adecuada. El encargo oficial se debió a una delegación presidida por el concejal Anselmo López Valdivieso, que visitó al artista en su casa de Madrid. Continúa contando Ana Gago en el libro citado que el artista realizó los bocetos sobre papel de estraza durante dos días y dos noches en el suelo del salón de su casa, entregando seis cartones de 4 x 9,5 metros, que debían repetirse doce veces cada uno hasta cubrir los setenta y dos rectángulos diseñados por Muñiz Uribe.

Creo apropiada la ocasión para reclamar un mayor cuidado de este pavimento, auténtica obra de arte, que aunque se sometió a una reparación en agosto de 2011, presenta zonas de notable deterioro. Demasiadas carpas, casetas y abusos en un lugar que habría que mimar para dejar que generaciones futuras de ovetenses sigan paseando "lentamente entre troncos esbeltos y la penumbra húmeda", que diría Clarín, sus vivencias, anhelos y esperanzas.

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