Uno de los clásicos de las Navidades de Oviedo fueron siempre las exposiciones de arte, en una ciudad de aficionados en la que también tuvieron su protagonismo los inversores, en un largo tiempo de bonanza económica que bullía cada fin de semana con las obras que acababan en las paredes de los grandes médicos y en algunos sótanos llenos de obras que esperaban convertirse en oro.

Las primeras galerías a la moderna, en mi recuerdo, fueron Tassilli, en Uría, de José Antonio Castañón, y Benedet, enfrente del Campoamor, de Carmen Benedet. Ambos amigos, es la generación, y con muchas historias que contar.

El 11 de enero de 1974 se inauguró en la calle Marqués de Pidal la galería Murillo, en la que intervino un ovetense inquieto, librero de amplio espectro, José María Richard Grandío. Fue su primer director otro hombre emprendedor, que se metió por el arte y es experto de peso, y amigo, Rubén Suárez. Aquella inauguración, de la que se cumplen en estos días de enero 40 años, fue un éxito total, en todos los órdenes, con obra de Paulino Vicente, nuestro gran pintor, que necesita ahora revalorización y justicia, sometido en el último tiempo a incomprensible e injusto orillamiento. Don Paulino, como persona y como artista, era mucho don Paulino, y, de otra generación, también era mi amigo. Cosas de Oviedo.

Estos cuarenta años pasados no fueron en vano en la ciudad. Con tanto vivido, en estos días expone en Murillo otra pintora ovetense de distinto talante, con otra forma de ver el arte, muy destacada en su técnica naíf y además amiga de verdad, Marisa Norniella.

No es un círculo que se cierra, es una ciudad abierta que disfruta de lo suyo, y lo suyo somos todos nosotros. No dejen de ir hasta Pidal, allí donde estuvieron las tapias del hospicio, para disfrutar con la obra de Marisa Norniella, llena de ternura y humor, con muchos elementos ovetenses. Encadenadas las generaciones, con ella expone, con muy distinta técnica, su hija Covadonga Ríos Norniella. Felicidades a las dos.