Preparando los bártulos
Un repaso a la historia del hospital del Cristo ante su traslado a La Cadellada

En los edificios sanitarios del Cristo hay interesantes valores arquitectónicos, como en el Materno-Infantil, en la fotografía. / Francisco Ruiz Tilve
Carmen Ruiz-Tilve Cronista oficial de Oviedo
El hospital que ahora se jubila nació oficialmente el 1 de marzo de 1961, con la llegada de diez niños de poco más de un año que tenían secuelas de polio. Al día siguiente salió en portada de LA NUEVA ESPAÑA la foto de la primera paciente, Ana Jesús Gayol, de mirada sorprendida. ¿Qué habrá sido de ella?
El hospital, que sufrió titubeos en el proyecto, que iba a ser mayor y pronto quedó pequeño, cobró en seguida protagonismo en la vida asturiana. A aquella primera inauguración con niños asistieron López Muñiz y Valentín Masip y hubo bendición. A continuación se abrieron las instalaciones de rehabilitación y radiología.

Preparando los bártulos
Estos días lluviosos de enero de 2014 son de zozobra en el crecido hospital, que sabe que tiene los días contados en el espacio del Cristo. Ya el Cristo no es lugar propio para enamorarse, como ocurre en el cantar, pues tal como está todo aquello, poblado desordenadamente de edificios que se unen con los de Monte Cerrao, creando un barrio nuevo que llega hasta los edificios universitarios, el horno urbanístico no está para bollos por allí. El mundo sanitario, ya con la Residencia Sanitaria, Maternidad, el Hogar Infantil, la Escuela de Enfermería y todo lo que fue creciendo, especialmente en la década prodigiosa de los sesenta, tiene los días contados, haciendo las maletas para bajar a su nueva casa en La Cadellada, aunque la mudanza la harán ligeros de equipaje.
Las paredes de todo lo que hay, por mucho que las encalen, esconden recuerdos, angustias y alegrías de las historias vividas allí en todos estos años desde 1961, el período más largo en una ciudad hecha a las vidas cortas y a las mudanzas que en otro tiempo se hacían tradicionalmente por San Martín, cuando toda la ciudad se cruzaba de carros y camionetas con las intimidades familiares al aire.
Pasillos y pasillos, recodos y rótulos se multiplicaban escaleras arriba, quizá camino del cielo. Nunca conoceremos las historias que guarda el hospital, sin pretenderlo, con tantos protagonistas desaparecidos.
Orientado a los cuatro puntos cardinales, desde cada una de sus ventanas se ve la ciudad crecida que lo acoge; el Naranco, casi irreconocible; el Aramo, con sus crestas de nieve; casas y más casas empeñadas en taparse unas a otras.
Un mundo vegetal del mismo tiempo de los edificios lo rodea todo y saluda a los curiosos. Bueno sería trasplantar lo que se pudiera a los alrededores del nuevo hospital, al que debemos desear lo mejor, por la cuenta que nos tiene.
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